El catorce de diciembre de 1788 era
proclamado rey de España D. Carlos Antonio de Borbón y Sajonia, con el nombre
de Carlos IV.
Este hecho, como era normal en la época,
hizo que las ciudades y villas celebrasen fiestas con tal motivo y Marbella,
como no podía ser de otra manera, hizo las suyas, las cuales se sucedieron
entre el once y el quince de febrero de 1790.
Al parecer, debido a una serie de
circunstancias ocurridas en Marbella en las fechas posteriores a la proclamación,
no se pudo celebrar dicho evento en su momento, pero una vez salvados dichos
impedimento por parte del Ayuntamiento, se acordó llevarlas a efecto,
comisionándose a los Regidores D. Manuel Millán de Acosta y D. Alfonso Mª.
Roldan y Quiñones para que se encargaran de los preparativos y que estos fueran
lo más lucidos y magníficos posibles, para demostrar el amor de Marbella a su
nuevo soberano.
Así, se diligenció la organización del
evento acondicionando calles y edificios, apelando a los prohombres y caballeros
principales, a los jefes políticos y militares y, en definitiva, a Marbella
toda a que colaborase en tan importante evento. No había casa que no tuviera
colgada, aunque fuera, una tela de "seda" como homenaje.
Los vecinos, tras leer el bando de policía
publicado por el regidor D. Nicolás Antº. de Mella y Carvajal, se volcaron con
entusiasmo en la preparación dicho acontecimiento adornando con arte y gracia
calles y casas de la ciudad.
En el balcón del Consistorio, en el lugar
donde se debían colocar los retratos de los reyes y el pendón, se puso un
magnífico dosel y los laterales hermosos pabellones: Su salón estaba ornado con
espejos, lámparas de araña y bellas cornucopias en número suficiente para dar
una buena iluminación.
En la plaza mayor se instalaron algunos arcos
y "...otros inventos de perspectiva que
la hermoseaban."
La casa del Alférez mayor, D. Miguel de
Chinchilla Ponce de León, Caballero Maestrante de la de Ronda, que se hallaba
situada en la carrera, presentaba hermosos ornatos de arquitectura y pintura,
pendiendo de sus balcones bellas telas y colocado sobre en principal un dosel
debajo del cual se hallaban los retratos de los reyes y en las paredes hallábanse
prendidos papeles con poesías que hacían referencia a tal acontecimiento.
Con Marbella preparada se llegó al día once
de febrero de 1790, concurriendo para su disfrute no solo los marbelleros, sino
que también de gran número de forasteros de los pueblos circunvecinos y ya,
todos reunidos, se reunió la ciudad en el Consistorio a las tres de la tarde,
cuando se diputó a los Comisarios de fiestas para que con los maceros y
clarines pasaran a caballo al Alférez mayor desde su casa a las Casas Capitulares.
Iba nuestro Alférez sobre un soberbio alazán
con tocado de seda, aderezo y guarniciones de terciopelo carmesí bordado en oro
y seguido de caballos de mano bellamente
aderezados y con su escudo de armas bordado, siendo acompañado por cuatro
volantes y seis lacayos lujosamente vestidos.
Al llegar a las Casas Capitulares fue
llevado al salón capitular por los antedichos Comisarios, prestando una vez
allí el llamada homenaje de estilo, recibió de manos del corregidor el pendón
real y acompañado por el Ayuntamiento en pleno se dirigió acompañado por el
corregidor y el secretario al estrado inmediato, donde descubrió los retratos
de los reyes, realizando esta acción en compañía de la música interpretada por
una orquesta, al igual que otra lo hizo en el exterior.
Apelando al silencio, el Alférez mayor
pronunció, con voz alta y clara, para ser oído por los de dentro y por los de
fuera, las palabras
Castilla, Castilla,
Castilla con el Rey nuestro Señor Don Carlos IV
palabras
que inundaron de gozo a los marbelleros todos, quienes al unísono prorrumpieron
en vítores a su nuevo rey, a España y a Marbella, demostrando de manera unánime
la fidelidad y el afecto por la regia persona, acompañado todo por el repique
de las campanas y por el tronar de las salvas de artillería realizadas desde el
castillo de San Luis y por las engalanadas embarcaciones que se hallaban surtas
en la bahía.
Tras concluir este primer acto se arrojaron al
pueblo allí congregado monedas de plata de diferentes diámetros con el busto
del rey en el anverso y con el escudo de la ciudad en el reverso. Tras esto,
montó a caballo el Ayuntamiento y precedidos por un piquete del regimiento de
Caballería de la Costa, mandados por su Teniente, rompieron la marcha seguidos
por una banda de música militar, por los alguaciles del Juzgado, los Reyes de
Armas, siete maceros con sus correspondientes insignias.
Presidían la comitiva el Corregidor con el
Alférez mayor a su derecha, seguidos por caballos de manos, volantes, lacayos y
otro personal y cerraba la dicha comitiva la Compañía de Infantería Fija de la
ciudad de Marbella, mandada por su Capitán.
Dicho espectáculo, vamos a llamarlo así, se
repitió en diferentes lugares de la ciudad, en estrados colocados al efecto,
como en las plazuelas de Altamirano y del Santo Cristo. Precisamente, en la de
Altamirano tenía el Alférez mayor su casa
y para festejarlo en dicha plazoleta había colocado a sus expensas una
orquesta con la que hacer brillar el acto en dicho lugar, l cual ejecutó
algunas piezas musicales a la vez que desde los balcones de la casa se les
arrojaba al pueblo monedas de plata, acreditando de esta manera su generosidad
para con el pueblo y el sometimiento de sus intereses a los del rey.
Una vez concluida la ronda por la ciudad,
retornaron a las Casa Capitulares, donde se colocó el pendón real a los pies de
los augustos retrato, poniendo en custodia de estos y de los que se hallaban en
casa del Alférez mayor por guardias de las Compañías Fijas durante los tres
siguientes días.
Tras estos actos, los capitulares, la
oficialidad concurrieron junto al Alférez mayor a la casa de este, donde se sirvió un espléndido banquete a estos
y a los eclesiásticos, militares, miembros del Ministerio de Marina, religiosos
de las órdenes presentes en la ciudad y de la nobleza, nacional y extranjera,
varones y mujeres, ganándose el Alférez mayor los elogios y felicitaciones de
todos por su buena organización, exquisitos productos y elegancia demostrada.
Los ciudadanos de Marbella es que siempre
han sido elegantes y educados.
A las ocho de la tarde se dio orden de
encender las numerosas luminarias preparadas al efecto, lo que se hizo con
repique de campanas, destacando, como no podía ser de otra manera, las Casas
Capitulares, así como la del Corregidor y las de otras personas principales de
la ciudad, aunque la que marcaba el máximo en la luminosidad fue, qué duda
cabe, la del Alférez mayor, estando la fachada de su casa profusamente
iluminada, con hachas de cera en los balcones y en las ventanas laterales del
balcón principal dos luminarias que decían Viva
el Rey, todo lo cual causó admiración a propios y extraños, siendo
ampliamente comentado y celebrado.
Ni que decir tiene que la Ciudad libró de
sus fondos dinero para que se comprase pan y carne durante eso tres día a los
pobres de solemnidad, a los jornaleros y a los encarcelados, contando para esta
labor con la ayuda de los curas, de los diputados y del Personero del
común. El Alférez mayor, en un alarde de
generosidad, hizo lo propio con cuantos
pobres llegaron en esos tres días a las puertas de su casa, lo que le granjeó
el aplauso general.
El siguiente día, doce de febrero, pasó la
Ciudad a la iglesia parroquial, donde se hallaba expuesto el Santísimo
Sacramento, ante el cual se cantó en acción de gracias un Te Deum, celebrando tras eso el Cabildo una solemne misa acompañada
de música, concurriendo a ella, además del Cabildo, el clero, las comunidades
religiosas, los jefes militares y políticos y personas distinguidas a implorar
al Altísimo que los nuevos monarcas fueran una bendición para Marbella y para
España.
Lástima de implore, porque la realidad
demostró que no fue el rey que España necesitaba y menos con el alto listón
dejado por D. Carlos III.
Esa tarde se hizo una novillada en la plaza
mayor , a la que asistió la Ciudad asomados en los balcones, acompañados por lo
más granado de la sociedad marbellí.
Tras la novillada se sirvió un refrigerio a
esas personalidades y se regaló al pueblo con gran copia de dulces y
delicadezas, lo que dio paso al último acto del día doce, que fue el baile
protagonizado por los individuos del gremio de matrícula, lo que hicieron
ataviados con vistosos trajes "a lo turco" y que fue ejecutado sobre
un tablado.
El día trece se repitieron las novilladas
durante el día y las danzas y bailes durante la noche.
El siguiente día catorce apareció con un
espléndido y muy vistoso campamento de moros junto a la Marina, los cuales
iniciaron un "ataque" a un castillo, levantando trincheras y poniendo
baterías, minas y paralelas, realizando disparos de artillería desde sus
embarcaciones -sin carga, lógicamente, solo pólvora-, comenzando a batir el
castillo a eso de las cuatro de la tarde, pero con la intención de tomarlo pro
asalto, mandando el Jefe de los moros atacantes que seis divisiones, apoyadas
por el fuego artillero, se acercaran a los pies del muro a la vez que se tiraban
contra éste multitud de granadas, tantas que los defensores
"desampararon" la banqueta, lo que fue aprovechado por los moros para
asaltarlo con escalas, tan rápidamente que admiró a todos los espectadores.
Una vez dentro del castillo, se trabó
"cruenta" batalla entre ambos grupos, llegando en medio de ella un
"socorro" de tropas que reforzaron a los defensores y, así, se logró
rechazar a los atacantes, obligándoles a huir y haciéndoles varios
"prisioneros".
Contrariado el Jefe de los moros por este
revés, marchó con sus huestes a la plaza mayor, donde había otro castillo, el
cual, aunque disponía de artillería, estaba provisto de muy poca tropa, lo ue
facilitó que los moros lo "asaltaran" y lo "ocuparan" Y así
terminó el día catorce.
El día quince, la tropa cristiana se situó
en la plaza mayor con el ánimo de "reconquistar" la fortaleza,
situando su artillería frente a ella y rompiendo el fuego con gran fiereza inició
el asalto.
Pronto comprendió el Moro su apurada
situación, por lo que intentó una capitulación a condición de que se le
permitiese reembarcar, lo que no aceptaron los cristianos, reanudándose las
hostilidades y cuando ya estos iniciaban el asalto, los moros abandonaron
precipitadamente la fortaleza, huyeron a la Marina, reembarcaron y
desaparecieron del mapa, quedando el campo en manos de los cristianos.
Más la intención de los moros era hacer
creer a los cristianos que huían a África y cuando creyeron que estos ya estaría
confiados retornaron y desembarcaron, pero conocido por los vigías del castillo
de San Luis, hicieron la señal de "moros
en tierra" y tocaron la campana de rebato, acudiendo de inmediato la
Infantería y la Caballería de la Costa, trabando "fiero combate" con
ellos y cortándoles la retirada al mar. Tras la "refriega", los moros
fueron vencidos y hechos cautivos, siendo "encadenados" y paseados
por la ciudad.
Todas estas "acciones de guerra"
fueron ruidosamente aplaudidas por los marbelleros y visitantes, quienes
disfrutaron de lo lindo de esta representación, comentándose en los corrillos
de vecinos la viveza de las descargas de la artillería, de las evoluciones y lo
bien que se imitó la forma de guerrear de los moros.
De esta manera se dieron por concluidos los
festejos en honor al nuevo rey en la ciudad de Marbella, destacando por encima
de todo la ausencia del más mínimo desorden a pesar de elevado número de gente
que se dio cita en la ciudad en esos días de fiesta, la moderación demostrada
por los comerciantes en los precios y lo bien organizado que estuvo todo en
honor del Rey.
Y por encima de todo, la buena educación y el
respeto demostrado por el noble y trabajador pueblo de Marbella.
IHPMalagueñas
Málaga - 2016
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