Buenos días.
A continuación transcribo un artículo aparecido en la revista Francesa Le Monde Illustré de diecisiete de diciembre de 1859, acompañado de dos imágenes, una del hundimiento de un vapor y otra del patio del antiguo convento de Santa Clara de Málaga, demolido en 1869 como consecuencia de la Ley de Desamortización de 1855.
Es interesante el artículo, entre otras cosas, por mostrar una imagen del interior del convento, algo poco usual, pues son casi inexistentes imágenes de este antiguo convento malagueño.
Pero dejémonos de palabras por nuestra parte y démos,e voz al reportero que realizó el artículo. Esperamos que les guste.
"Málaga, 6 de diciembre de 1859.
Señor,
Todavía estoy en Málaga.
Las olas que se tragaron al vapor Génova, se incendiaron y se hundieron en el puerto, un siniestro
del que mi última carta os dio los detalles y mi dibujo la vista, estas olas
que nada parece haber calmado nunca se levantan siempre con tanta fuerza.
La 3ª División, que
el Mariscal O'Donnell espera que haga un gran movimiento y decida seriamente
entrar en campaña, está retenida aquí por los vientos en contra que impedirían
el desembarco en las costas de África. Doce mil efectivos, esta división está
comandada por el general Ros de Olano, en cuya capacidad cuentan muchos
oficiales.
La flota que debe
transportar este pequeño ejército, consta de veinte vapores entre los cuales
varios franceses, entre otros el Ville de
Lyon, el Marie Stuart y el Ville de París.
El buque insignia que
lleva a bordo al general Ros de Olano y todo el personal es un barco español,
el Vasco Nuñez.
Toda la tripulación
está a bordo, el equipaje de los soldados, el del Estado Mayor con el que
encuentro el mío, todo el equipo, en fin, está a bordo, y todos estamos
reducidos a la mayor escasez de pertenencias. Solo guardé un álbum y algo para
escribirles, para no perderme ningún evento que merezca ser mencionado. Todavía
me queda un lápiz, y lo aproveché para dedicarme a las dolorosas actividades de
ocio que me han causado tan obstinado mal tiempo. Además, la escena que
reproduje y que le envío es de un color muy local. Es lo suficientemente
interesante como para ofrecerlo a sus lectores lo antes posible.
Estas son las monjas del convento de Santa Clara repartiendo
a los soldados del 3er Cuerpo, que se embarcarán para combatir a los moros de
Marruecos, las benditas medallas y los rosarios que serán para ellos, en las
privaciones y los combates, el símbolo de fe religiosa y patriótica.
Esta conmovedora ceremonia en la que estas hermanas llenas de caridad dan al soldado, al mismo tiempo que estos viáticos, coraje y amor al deber y a la religión, se renueva cada vez que se produce la partida de una nueva división.
A la vista de esta
escena de carácter tan local, se reconoce la España católica. Las monjas,
encabezadas por su superiora, salen de sus conventos portando las cruces y los
estandartes. Estos soldados, que tal vez nunca vuelvan a ver su tierra natal,
reciben los rosarios y las medallas que les reparten. Estas santas hijas son
para ellos sus madres y sus hermanas que, venidas a la ciudad fronteriza, quieren
por última vez protegerlos con su amor contra los peligros de las batallas.
No es el coraje lo
que falta en el corazón de los que van a castigar a los marroquíes, no es la
abnegación lo que falta en el soldado español. No. Pero este soldado, su hijo,
es un hermano; deja una madre anciana, una hermana aún joven. Quizá no vuelva a
sostener la vejez de la que lo parió, a proteger a la que le alimentó con su
misma leche.
¿A quién habrán
dejado después de él? - Dios.
Es este pensamiento
consolador el que, en su fe, le hace tomar y apretar con amor este medallón de
cobre que será para él un talismán para el futuro.
Ahora puede morir,
sabe que Dios estará con su pueblo.
Además, ¡qué entusiasmo entre estos soldados, impacientes
por venir a las manos!
¡Cómo arden en deseos de sumarse a la vanguardia!
Y España puede contar con ellos. El ejército me parece
fuertemente constituido: las maniobras se ejecutan con precisión, el vestido es
bueno, y el hombre individual debe ser un excelente soldado en el combate.
Incluso diría que parece que confiamos demasiado en su sobriedad.
El soldado español casi nunca come carne; come pan, arroz y
cigarrillos, lo que no le impide ser un caminante incansable, calzando los pies
con simples alpargatas.
Lo primero que llama la atención es el gran número de
oficiales que deben componer el ejército. Así vemos muchos capitanes sin
compañía, coroneles sin regimiento y generales sin brigada ni división. El
personal es muy numeroso, y es allí especialmente donde uno se encuentra con
los más ilustres nombres registrados como ayudantes de campo o como oficiales
ordenanzas.
Este estado de cosas hace que, siendo la industria casi nula
en el país, las carreras políticas sujetas a frecuentes vuelcos, la diplomacia
restringida, las carreras liberales poco buscadas, todas las familias numerosas
mantengan todavía este culto a la espada que llevó el nombre castellano tan
alto en el mundo en la edad de oro, y pusieron el brazo de sus hijos al
servicio del trono.
No es usar una figura para decir que España llama a sus
hijos alrededor de su bandera. Vemos una multitud de jóvenes de quince y
dieciséis años que, el sable al costado, hacen del campamento un aprendizaje en
el oficio de las armas, y que, a su regreso de una expedición como la de
Marruecos, pasarán al servicio efectivo.
La mayor discreción preside nuestro embarque y aún no he
podido saber hacia qué punto de la costa se dirige la flota. Estamos reducidos
a conjeturas.
El 2 de diciembre, al mediodía, se dio la orden de embarcar,
y la flota se disponía a salir del puerto, cuando la marejada se puso pesada y
el barco quedó condenado a la inmovilidad.
Inmediatamente recibimos un despacho sobre un ataque de la
división de moros de Gasset. Estamos hablando de una cantidad de enemigos
asesinados. Se anuncia que los españoles avanzan en dirección a Tetuán.
Esta noticia aumenta aún más la impaciencia de las tropas de
la Tercera División, y circula el rumor de que este cuerpo de ejército se va a
embarcar para realizar su traslado a Tetuán con las tropas del General Gasset.
Comprometido en este cuerpo, nada mejor pido que marcharme,
y, aunque único corresponsal de los diarios franceses, en medio de las tropas
españolas, prefiero marcharme de Málaga, con los vientos y una mala travesía,
que ser condenado a esta inmovilidad que nos cansa.
CH. YRIARTE.
IHPMalsgueñas
Málaga - 2020