Los periódicos dan toda clase de noticia, pues para eso están, para informar. Siguiendo esa razón de ser, un periódico de Madrid, su fecha treinta y uno de agosto de 1848, nos da pelos y señales de la ceremonia de consagración
de Salvador José de los Reyes García de Lara como Obispo de la Diócesis de Málaga.
El nuevo Obispo había nacido en la localidad granadina de La Zubia, el treinta de abril de 1780.
Realizó sus estudios en la ciudad de Granada, graduándose como Bachiller en Leyes en esa Universidad en 1799. En 1804 se ordenó como sacerdote, pasando a ser familiar de los Arzobispos de esa Archidiócesis, a la vez que era párroco en la de San José, de Granada, ejerciendo el cargo por treinta y dos años, pasando después a hacerse cargo de la Vicaría general de la zona de Estepa, Sevilla.
El año de 1846 se le designó para regir la Diócesis de Oviedo, pero rechazó la propuesta, continuando en el desempeño de sus obligaciones, las que hizo has que el veinte de enero de 1848 se lenombra como Obispo de Málaga, poniendo así fin a trece años de sede vacante en la sede malagueña, lo cual fue motivado por la ruptura de relaciones entre la Iglesia y el Estado.
El veinticuatro de agosto de ese año de 1848 es consagrado como Obispo de Málaga en la ciudad de Granada, haciendo su entrada en la catedral malagueña el siguiente primero de octubre, siendo su primera acción una visita pastoral por la Diócesis, la cual comenzó por la parroquia del Sagrario malacitana en septiembre del 49, siguiéndole las visitas de 1850 a Totalan, Vélez Málaga. Después, en 1951, fue a Ronda, Cártama, Pizarra y Álora.
El quince de Septiembre de 1851 es nombrado arzobispo de Granada, abandonando la sede malagueña el veintitrés de enero de 1852. El veinte de octubre de ese año 1851 fue nombrado senador, aunque no tomó posesión.
En Málaga hay una calle con su nombre, cerca del cementerio de San Miguel.
A continuación, transcribimos la noticia de su proclamación aparecida en diario de Madrid que antes comentábamos:
"Desde muy temprano el ante-coro, que se había cerrado
con bancos, la capilla mayor, los balconcillos, la galería
superior, las tribunas, los púlpitos, los corredores del órgano y el coro estaban llenos de convidados, mientras que
en el embocinado y en las naves se agrupaba un numeroso pueblo. Piquetes de la guardia civil, vestida de gala, cuidaban
de guardar el orden, y los celadores eclesiásticos recogían las papeletas que facilitaban la entrada a los sitios reservados.
Delante del altar mayor se había construido un tablado
provisional cubierto de alfombras: en el estaba la escas capilla de cantores que acompañó la música, los capellanes y las canónigos con sus hábitos talares.
El Excmo. e IImo. arzobispo de Toledo, el Ilmo. arzobispo
de esta diócesis y el llmo. obispo de Jaén fueron los tres obispos que asistieron como exige el ceremonial de la ordenación, pues así es el uso y tradición apostólica que la
Iglesia ha observado en todos tiempos.
A las nueve en punto comenzó la ceremonia: el primero
de los obispos asistentes dijo al principal consagrante: la Iglesia pide que el presbítero que os presento sea ordenado obispo: se da a entender de esta manera que no se ordena ningún obispo sino para la necesidad de ocurrir á una iglesia
vacante, y que el obispo no se presenta por si mismo a la ordenación, sino que la Iglesia, sintiendo la falta de un ministerio, lo pide.
El consagrante principal leyó la bula, en virtud de la cual se hacia la ordenación, porque según la disciplina de
la Iglcsia católiea, los obispos do Occidente no pueden ordenarse sin 'que haya sido su eleecioón confirmada por el
Papa y sin haber obtenido las bulas necesarias para su consagracion.
Juro el obispo electo en las mano del consagrante para indicar la comunión que quiere guardar toda su vida con la Silla apostólica, y el respeto que tendrá al Papa y a sus sucesores. El Sr. Orbe examinó al obispo electo sobre fe, sus costumbres, y lo demás que se lee en el Pontifical Romano, pues la Iglesia quiere que solo sean ordenados los que profesasen la fe y tuvieren firme propósito de observar
puntualmente los sagrados cánones.
Después el mismo consagrante declaró al electo también
las obligaciones de los obispos para que sea fiel en cumplirlas
al recordar su ordenación.
En seguida se dijeron las letanías de los santos para convidar la Iglesia del cielo y que se una con la Iglesia de
la tierra, para pedir a Dios la abundancia de sus gracias sobre el obispo que va a ser ordenado, porque ¡cuanto bien y cuanto mal no puede causar un obispo!
Los tres obispos consagrantes pusieron el libro de los
Evangelios sobre la cabeza y las espaldas del obispe electo,
dándlole a entender que por la ordenación. se le supene el
yugo del Evangelio, que debe llevarlo gustoso toda su vida, esar lleno de las máximas de Jesucristo, y conformar con ello su vida, sus palabras y todas sus acciones.
Los obispos consagrantes impusieron sus manos sobre la cabeza del electo, pronunciando oraciones especiales: esta
ceremonia es esencial de la ordenación de los obispos, como
se manifiesta en la Sagrada Escritura y por la tradición.
Siguiendo el ordenando fue ungido con el Santo Crisma
para pedir a Dios, por medio de esta unción exterior, que
descienda la gracia del Espíritu Santo sobre el obispo para llenarle. La oracion que se pronuncia durante esta. ceremonia
es admirable y est sacada toda de la Sagrada Escritura.
El obispo consagrante que, como hemos dicho, era el Excmo. e Ilmo. Sr. arzobispo de Toledo, ungió también con
el Santo Crisma los dos primeros dedos y las manos del electo: así se impetra la gracia del Espíritu Santo para que las manos del obispo que se consagra sean fecundas y tengan la virtud de bendecir, consagrar y santificar todo lo que tocaren en su ministerio.
Sabido es que la consagración se hace a los presbíteros con el óleo de los catecúmenos y a los obispos con el Santo Crisma para manifestar que estos reciben en su ordenación, con mas plenitud que los presbíteros, la unción del Espíritu Santo, mas expresamente figurada por el Santo Crisma que por el óleo de los catecúmenos.
El consagrante dio al consagrado el báculo pastoral para ponerlo en posesión de la autoridad episcopal, le entregó un anillo manifestando así que acababa de contraer una especie de matrimonio con la Iglesia. Le puso en la mano el libro de los Evangelios como signo de que una de sus primeras y mas indispensables obligaciones es el predicar el Evangelio al pueblo, cuyo cuidado se le acaba de confiar.
El obispo electo se mantuvo con el libro de los Evangelios sobre las espaldas siempre abierto, hasta que se le puso en las manos, pues de este modo se manifiesta que el obispo no puede predicar el Evangelio hasta después de haberse llenado el mismo de él y de haber llevado el yugo de Jesucristo para enseñar con eficacia a otros a llevarlo.
El nuevo obispo dijo misa con el que acababa de consagrarle, porque siempre se ha practicado en toda la Iglesia para dar a entender la unidad del episcopado y el sacrificio. En la iglesia griega el obispo recién ordenado comulga el primero, y luego distribuye la sagrada comunión al obispo consagrante y asistente.
El obispo electo ofrece cera, pan y vino, por ser las tres cosas mas necesarias para el santo sacrificio, y diferenciarse de las oblaciones de la ley antigua, en la que se llevaba de toda clase de dones.
Al fin de la misa se da la mitra al nuevo obispo, la cual es como un morrión, como dice el ceremonial, para hacerlos terribles a todos los enemigos de la salvación, valiéndonos de la expresión enérgica de la Pontifical.
El obispo consagrante da guantes al que es consagrado, y estos pueden mirarse como imagen de la pureza de Jesucristo de que deben estar revestidos los obispos para ser agradables a Dios y útiles al pueblo los sacrificios y oraciones que ofrecen.
Después se cantó el te Deum para dar gracias a Dios del favor que acababa de hacer a su Igklesia, dándole un obispo para dirigirla: durante este himno el nuevo obispo se sentó en el trono para ponerle en posesión de la cátedra episcopal: luego los obispos asistentes le condujeron alrededor del tablado, aunque se acostumbra a hacerlo por toda la Iglesia, y el prelado de Málaga dio la bendición al pueblo, ejerciendo así la jurisdicción que acababa de recibir: por último se arrodilló tres veces ante el obispo que lo acababa de consagrar, diciendo ad multos annos (por muchos años)
Finalmente el Sr. Orbe hizo una breve plática que apenas pudimos oir.
En el palacio tenía preparado el obispo consagrado un expléndido refresco."
IHPMalagueñas
Málaga - 2017
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