Historia Provincial Malagueña

Amigos visitantes, con estas páginas que siguen pretendo dar a conocer un poco de la riquísima y variada historia del paisaje y del paisanaje de la siempre sorprendente provincia de Málaga.

Espero que les aproveche y gracias por acercarse a estas líneas.

sábado, 12 de julio de 2025

ESTANDARTE DE LA ANTIGUA COFRAÍA DE SANTA MARÍA DE LA CABEZA DE ANTEQUERA. 1591.

   Existió en la ciudad de Antequera una antigua cofradía de la Virgen de la Cabeza, que por mor del devenir de la historia de los pueblos y ciudades, despareció, quedándonos como uno de sus recuerdos su pendón, el cual se conserva en el Museo de la Ciudad de Antequera (MVCA), museo en el cual se pueden ver auténticos tesoros, como el Efebo de Antequera, una escultura romana del S. II.

   Este estandarte de la Virgen de la Cabeza es una magnífica obra anónima datada en 1591. Tiene forma rectangular, con los extremos inferiores terminados en punta y está compuesto por dos caras: 

   - en una de ellas aparece, dentro de un tondo, la Virgen de la Cabeza entre Santa Ana y San Roque. 

   - en la otra cara, aparece el escudo de la ciudad de Antequera con su patrona Santa Eufemia sobre un jarrón con azucenas -como si fuera una azucena más- entre las figuras de un león y un castillo.

   En su decoración se emplea un tipo de bordado renacentista, en el que alrededor de los tondos hay guirnaldas circulares con motivos vegetales, extendiéndose hacia los ángulos inferiores. Una serie de inscripciones con letras bordadas dentro de cenefas, recorren el perímetro de cada una de las caras de la pieza. 

   El bordado se realiza en hilo metálico dorado con poco realce y regular en toda la superficie del paño. Se observa que únicamente en el tondo de la Virgen de la Cabeza la decoración está realizada mediante la técnica de matizado en seda.

   Sus dimensiones son de 224,5 x 107 cms. y su procedencia antes de ingresar en el Museo es el depósito de la iglesia de San Juan Bautista de la ciudad de Antequera y se puede ver en la Sala XII del Museo.


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EL ESCUDO DE ARMAS DE ANTEQUERA. UN ARTÍCULO DE ABRIL DE 1930

   En la revista Antequera por su amor, en su número de abril de 1930, aparece un artículo titulado El escudo de armas de Antequera, escrito por José María Fernández, con profusión de datos y algunas imágenes y que por parecernos interesante lo transcribimos íntegro a estas páginas. (Esta revista se encuentra en el Archivo Histórico Municipal de Antequera, su propietario)

   Esperamos que les resulte interesante.

    Se ha fantaseado mucho sobre el significad o del blasón de Antequera , consiguiendo sólo embrollar al fin lo que al principio aparecía harto claro; que los temas heráldicos fueron siempre propensos a la divagación y al disparate.

   Como el lector ve y todo el mundo sabe, las empresas del escudo mencionado son: un león rampante, una jarra de azucenas y un castillo de tres torres. No existe en el Archivo de la ciudad, ni hay noticia de que en ningún tiempo haya existido la presunta concesión original de tales armas, ni traslado ni referencia alguna acerca de ello, que de haberla habría seguramente dado la explicación de los símbolos heráldicos; bien que estos, por lo demás, aparezcan a la mirada libre de prejuicios, absolutamente claros.

   Conserva, sí, en cambio, el riquísimo Archivo Histórico local, tan poco estudiado hasta ahora, diversas representaciones del blasón citado, de distintas épocas y muy desigual valor artístico; y, caso extraño, la primera de aquellas cronológicamente, la más valiosa por autenticidad y primacía y la belleza de su arte, ha permanecido ignorada siempre, escapando a la mirada de eruditos y curiosos, a pesar de hallarse en documento importantísimo y a la vista de todos en la propia vitrina del Archivo.

   Rara inadvertencia únicamente explicable por la pequeñez excesiva del dibujo y lo decolorado y desvaído de la tinta. Enriquece tan precioso escudo la cabecera de la confirmación del privilegio de Antequera por Enrique IV, otorgada en Úbeda en Septiembre de 1458. 

   En el centro, en campo blanco, aparece una gran jarra con tres varas de azucenas -corta y ya muy borrosa la de en medio- abiertas y en capullo; flanquéanla un león rampante, sin corona, mirando a la izquierda y hacia fuera, como en el tercer cuartel del escudo de España, y un castillo de oro de tres torres; el león y el castillo asaz pequeños a proporción de la jarra. No tiene ésta aspecto de cerámica -terraza- sino mejor de obra primorosa y elegantísima de orfebrería o platería de puro estilo gótico. Excepto el castillo, de oro, escudo y empresas están simple y finamente delineados con tinta. No lleva el escudo inscripción ni cifra alguna.

   Siguen en antigüedad al escudo descrito, las armas de un famoso pendón del Concejo antequerano, creído, por error, tradicionalmente el auténtico que a la villa dejara el Infante a raíz de la Conquista... 

    Y hagamos ahora, ya que hay oportunidad para ello, una aclaración. Hace ya muchos años publicó el Sr. Amador de los Ríos (D. Rodrigo) en «La Ilustración Española y Americana» , un vago trabajo acerca de este pendón, lleno de contradictorias e insólitas conjeturas y caprichosa s negaciones. 

   Desde luego y aun no existiendo otras razones que invalidaran en todo, como veremos, el artículo del señor Ríos, habría que desechar la hipótesis por él propuesta y refutada de que los leones y castillos de ambas caras de la enseña pudieran haber figurado originariamente en los cuatro cuarteles de un guión real. 

   Y esto no, ciertamente, por carecer de corona los leones, como arguye el señor de los Ríos -que aunque otra cosa él creyera esa es la forma en que con más frecuencia aparecen figurados aquéllos en el blasón de los reyes de Castilla, desde Fernando III hasta Enrique IV y aún mucho después-, sino porque de ser así cuartelados habrían resultado los leones (por estar ambos vistos del lado derecho) mirando uno y otro a sus respectivos castillos, forma en absoluto inusitada e inadmisible, no ya sólo en el blasón castellano sino en heráldica general. Además, salta a la vista la perfecta unidad de estilo de las figuras, y hay testimonio fehaciente de que su colocación fué siempre la misma, como tal pendón de la ciudad, del cual sólo se ha renovado en diversas ocasiones por deterioro, el paño del fondo.

   Si descontando, pues, las afirmaciones todas del señor Ríos, y la tradición de origen arriba aludida, nos preguntamos ahora, cuándo se hizo este pendón, el revelador lenguaje de las formas artísticas parece respondernos que hacia fines del siglo xv o acaso en el primer tercio del xvi. Y sin embargo, y perfectamente acorde con la tradición admitida, sabemos que Antequera poseyó un pendón que le dejó su glorioso conquistador el Infante don Fernando.

   En el acta de proclamación de D.a Juana y D. Carlos (27 de Abril, 1516) inserta en el segundo libro del cabildo de esta ciudad, se dice 

   «que mandaron los caballeros del Concejo que fueren traídos los pendones questa cibdad tenía a las casas de dicho cabildo, especialmente el pendón antiguo que ovo dexado el poderoso e católico infante don Fernando, de gloriosa memoria... con que la ganó de los moros enemigos de nuestra santa fe católica.. e asi mesmo el pendón que la cibdad ovo fecho para sus guerras e asonadas que en algunos tiempos esta cibdad tovo con los dichos moros».

   Y luego, en 18 de noviembre del mismo año, con motivo del levantamiento de Málaga contra el almirante D. Iñigo Manrique, manda la ciudad que se pregone, que los peones que los jurados señalaren estén apercibidos -para la ida a Málaga en socorro del Almirante, cercado por los revoltosos en Gibralfaro- y elige por capitán de la dicha gente a Fernando Chacón, alguacil mayor, y manda que lleve

  « ...el pendón nuevo de la ciudad».

   Este pendón nuevo -entonces-, es decir, aquel que la ciudad hizo para sus guerras y asonadas, podría ser, el que por error, desaparecido no sabemos cuándo ni en qué circunstancias el antiguo, se creyó después el que dejara el Infante.

  Pero hay todavía un acta posterior que desconcierta aún más. En 1 de octubre de 1534 se acuerda por la ciudad 

   «que del tafetán que Iñigo de Arroyo compró en la ciudad de Granada se haga una bandera con las armas de la cibdad.» 

   Y cabalmente, a ninguna fecha como la última mentada, cuadra tan bien el estilo plenamente renacentista de la jarra, y el característico león con mechones en las conyunturas de los miembros posteriores, inspirado en el de Borgoña, no anterior en España al blasón de Felipe el Hermoso; es decir, a los albores del siglo XVI.

   Custodia el Archivo municipal un bello cuanto valioso estandarte de terciopelo carmesí bordado de oro e imaginería de sedas policromas, que fué de la antigua cofradía de Santa María de la Cabeza, desde hace muchos años extinguida. 

   En la cara posterior ostenta, bordadas y superpuestas las armas de la ciudad con ciertas arbitrarias novedades: tales como la imagen de la patrona de Antequera, Santa Eufemia, surgiendo entre azucenas sobre la jarra; la bandera de la Cruz ondeando en la torre central del castillo, y el campo del escudo, o mejor dicho, del círculo o medallón donde se hallan inscritas las empresas, tachonado de estrellas. El orden de dichas insignias heráldicas sigue todavía en este ejemplar (1591) siendo el mismo: el castillo a la izquierda—la derecha del espectador — y el león, naturalmente, a la diestra.

   En la portada de cierta curiosa y ya rara edición local del privilegio de Antequera, impresa en esta ciudad por Claudio Bolán en 1600, figura otro escudo reproducido asimismo en este trabajo. 

   Ofrece nuevas variantes. Las tres empresas no están en éste, como en los escudos anteriores, libres en el campo o fondo del escudo, sino caprichosamente apoyadas en el suelo. La jarra con las simbólicas azucenas es de forma renacentista, pero pesada y sin gracia, de pie gallonado y asas enroscadas. El castillo, de planta circular, con tres torres encaperuzadas; harto mezquinas las laterales, rematando las tres en ondeantes banderitas. Tiene aquél tres puertas y en los muros muchas saeteras, óculos y rombos. El león -alimaña de imposible clasificación zoológica- luce, por primera vez en el blasón antequerano, una enorme corona en la cabeza.


   El dibujo de los emblemas descritos, como puede verse en la reproducción adjunta, es feo e infantil, sin siquiera noción de perspectiva. En la parte inferior del escudo aparecen ahora también por vez primera las iniciales A. T., y una rúbrica inexplicable: acaso la del autor del diseñ o o grabado. 
 
   Este escudo ofrece la curiosa particularidad, que puede comprobar el lector cotejándolos, de haber sido modelo inspirador del que figura pintado a la aguada, con exquisita delicadeza, al frente del privilegio perpetuo de exención de alcabalas otorgado a Antequera por Felipe III en 1618. El hábil artista, corrigiendo cuanto pudo el defectuosísimo modelo que le facilitaron, hizo un trabajo primoroso, si bien inexacto desde el punto de vista heráldico: parece el escudo como cortado de azur y sinople.  


   Y veamos, para terminar la serie, cómo se representó el blasón antequerano en tiempos más modernos, ya en pleno barroquismo. 

   Enriqueciendo un padrón de caballeros hijosdalgo de Antequera (1707) hay en el Archivo municipal un escudo de la ciudad chapuceramente pintado a la aguada y encuadrado por cartela de hojarasca, (carmesí, gules y sinople), con la rara novedad de una áurea corona floronada, enriquecida con piedras preciosas. 

   Osténtase en este ejemplar, por primera vez partido de gules y blanco el escudo antequerano, forma inusitada y arbitraria que ha prevalecido -seguramente por ser éstos los tan conocidos colores heráldicos de Castilla y León-, induciendo a error a todos los que posteriormente pintaron por encargo oficial el escudó tantas veces mentado, y hasta alguno, por cierto, harto consciente de lo que hacía.

   Otras diversas variantes se notan en el ejemplar que describimos. El castillo no es de tres torres, como siempre se le representó, sino de una sola de tres cuerpos. Las iniciales A. T. Q. y el lema POR SU AMOR están, como el lector puede observar, fuera del escudo y cartela, campeando en el fondo del recuadro.


    
La jarra, con pie, cuello y asas de oro y cuerpo que pretende ser de cristal o plata, apoya, o mejor, surge de la punta del escudo, todo torpe o desgraciado. 
 
   Una piadosa tradición, recogida por los analistas de Navarra, cuenta que, cazando en tierras de Nájera el rey García -el de Atapuerca- una mañana del año de 1044, persiguiendo a una perdiz que huía asustada de un azor, penetró en cierta gruta, donde súbitamente ofrecióse a los ojos atónitos del monarca navarro, un espectáculo singular y maravilloso. 

   En lo hondo de la cueva y en rústico altar, vió una imagen de la Virgen María (*), y a sus pies una lámpara y un esquilón. Juzgando don García milagroso aviso del cielo aquel hecho, hizo a poco edificar en el lugar mismo de la aparición un santuario para la Virgen y un grandioso monasterio -el de Santa María la Real de Nájera, pero no el que subsiste- que entregó a los benedictinos cluniacenses: y, para más honrar y perpetuar el recuerdo de la aparición que él juzgó prodigiosa, instituyó bajo su amparo la primera orden de caballería que hubo en España: la de la Terraza o de la Jarra, para combatir a los sarracenos y proteger a las doncellas, y dió a los caballeros, cual insignia o divisa de sus collares, la simbólica jarra de azucenas de Santa María. 

   El Infante de Castilla, don Fernando, ganador glorioso de Antequera—que al decir de su biógrafo, el discutido e incierto autor de la «Crónica de Juan II», Alvar García de Santa María, Pérez de Guzmán, o quien sea—,«era muy devoto e rezaba continuamente las horas de Nuestra Señora, en quien él había muy grande devoción», restauró en Castilla, siglos después de instituida por García de Navarra, la orden de la Terraza, esencialmente mariana, según acabamos de ver. 

   Y he aquí, a este respecto, la más autorizada noticia: 

   El insigne prosista Fr. José de Sigüenza dice en su «Historia de la Orden de San Jerónimo», al narrar la vida de Fr. Juan de Soto de la Nava, confesor del Infante don Fernando y prior del monasterio de la Mejorada, que le acompañó en el asedio de Antequera, que

   «había instituido -el Infante - pocos dias antes en Medina del Campo, año de mil cuatrocientos y tres, cierta orden de caballería que se llamaba de la Virgen Nuestra Señora, por la gran devoción que la tenía». 

   Añade que 

   «...traían -los caballeros de dicha orden- por insignia o empresa, una jarra -terraza- con unos lilios blancos, que llamamos en Castilla, azucenas; nombre hebreo que quiere decir flor de seis hojas (que no tienen más todas las diferencias de lilios que conocemos). Con esta consideración hizo bordar ricamente en campo blanco su estandarte, con la Virgen María puesta de rodillas, recibiendo la bendición del Padre Eterno, y a un lado la divisa de la jarra de las azucenas, que (como todos saben) son símbolo de la esperanza (*), dando a entender que en este vaso purísimo consiste la esperanza del mundo, y también porque son los lilios la primera y más hermosa flor que nos muestra la venida del verano y sus frutos, y nos da estas ciertas esperanzas. 

   Por esto -prosigue el padre- el devoto Infante, por consejo de nuestro Fr. Juan, labró este estandarte real con la imagen de aquella Reina en quien tenía puestas todas sus esperanzas, que fué ingeniosa y santa empresa».

   De regreso en Castilla D. Fernando, hizo algunas ofrendas al monasterio de la Mejorada, del que fué siempre espléndido benefactor. 

   «Entre otras cosas señaladas que dió -sigue el mencionado padre- fué el estandarte y pendón real que llevó en la guerra. 

   Esta afirmación del padre Sigüenza, tan escrupuloso en sus investigaciones, y tan conocedor del monasterio de la Mejorada -jeronimiano como él-, parece contradecir lo transcrito arriba, del acta de proclamación alusivo al estandarte.

   Resumiendo: la bellísima empresa heráldica antequerana dice, pues, y proclama, que POR AMOR (**) de la Virgen María, simbolizada en la jarra de inmaculadas azucenas, los reinos unidos de Castilla y León, es decir la monarquía castellana, personificada en el devoto y heroico Infante don Fernando, rescató del yugo sarraceno a la fuerte y codiciada Antequera.

                                                                                                                        José Mª. Fernández


(*) Santa María de la Esperanza se llamó la secunda parroquia de Antequera, donde fué instituida la Colegiata y cuya imagen se venera hoy en la Iglesia Mayor de San Sebastián.  

(**) El lema «Por su amor» se ve inscrito con todas sus letras en góticos caracteres de azul y plata, en la banda que ciñe el cuerpo de la jarra del histórico pendón del Concejo local, reproducido en este artículo. 


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lunes, 7 de julio de 2025

PENDÓN HISTÓRICO DE ANTEQUERA. SIGLOS XV O XVI

   Descripción del pendón del escudo de la ciudad del Antequera que se puede encontrar en la página web del Museo de Antequera. Reproducción literal del texto y de la imagen.

   A la izquierda un castillo, que representa al reino de Castilla; a la derecha un león rampante, que representa al reino de León (en el momento de la realización del Pendón el Infante Don Fernando era el heredero a ambos reinos) y entre ambos un jarro de azucenas, que representa la Orden de La Terraza, restaurada por este monarca.

Autor: Anónimo

Cronología: ¿Siglo XV? Probablemente primera mitad del siglo XVI

Tipología: Textil

Técnica: Hilos de oro y de seda amarillos, azules, verdes y granates, con galones de metal dorado, todo sobre damasco color hueso

Dimensiones: 120 x 131 cm

Condiciones de conservación: 

           - Temperatura: 23,8º C 

           - Humedad: 56 %

Estado de conservación: Delicado

Intervenciones: Fue sometido a restauración en la década de los años 80 del siglo pasado por Doña María del Socorro Mantilla (Talleres Tiraz), quien respetó una de las caras del pendón. Pendiente de trabajos de consolidación

Propiedad: Excelentísimo Ayuntamiento de Antequera

Procedencia: Donación del Conde de Bobadilla (Marqués de la Vega de Armijo) , años 70

Ubicación: Sala XII

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martes, 1 de julio de 2025

ESTADIO DE LA ROSALEDA. PUERTAS DEDICADAS.

    El estadio de fútbol de la Rosaleda, en la ciudad de Málaga, tiene varias de sus puertas dedicadas a individuos que fueron leyenda, que hicieron que el equipo gozará de gran popularidad y de momentos de gloria.

   Son seis las puertas que están dedicadas, a saber:

- Puerta N° 0: Antonio Benítez 

- Puerta N° 5: Sebastián Viberti

- Puerta N° 6: Abdalla ben Barek

- Puerta N° 8: Miguel Ramos Vargas, "Migueli"

- Puerta N° 9: Pedro Bazán 

- Puerta N° 13: José Antonio Gallardo

   Ya se que no se pueden dedicar puertas a todos aquellas personas que dejaron huella en el Málaga, pero creo que habría que dedicarle una a un entrenador que llevó al Málaga a su máximo nivel y que no es otro que Pellegrini.

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ESCUDOS DE ALGUNOS EQUIPOS DE FÚTBOL MALAGUEÑOS Y DE MELILLA

  JUVENTUD TORREMOLINOS CLUB DE FÚTBOL


MARBELLA FÚTBOL CLUB


CLUB DEPORTIVO ESTEPONA


UNIÓN DEPORTIVA MELILLA

ANTEQUERA CLUB DE FÚTBOL

MÁLAGA CLUB DE FÚTBOL


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viernes, 7 de febrero de 2025

CRISTÓBAL BENÍTEZ GONZÁLEZ. UNA AVENTURA AFRICANA.

   El siglo XIX fue el siglo del descubrimiento de África por pate de las potencias europeas, excepto de Portugal, que llevaba siglos navegando por sus aguas y recorriendo sus caminos terrestres siglos antes de que otros europeos lo hicieran.

   África se aparecía como una especie de nueva América, que en el imaginario europeo estaba poblada de misterios, tópicos y leyendas de todo tipo, despertando la imaginación de unos y el cálculo político-económico de otros, quienes por un motivo o por otro se lanzaron de lleno a la conquista de ese continente ignoto para arrancarle sus secretos, su historia, sus leyendas, sus raíces humanas y, lo fundamental, sus riquezas marítimas, minerales, arbóreas, agrícolas, …

   En esa carrera por descubrir África hay nombres legendarios, sobre todo gracias al cine, tanto de franceses como de ingleses, alemanes, españoles, austriacos, belgas, estadounidenses y de otras muchas nacionalidades, cuyos países les enviaban bien en forma de expediciones científicas, apostólicas, militares o económicas, queriendo todos obtener su parte del pastel, siendo los más avanzados los franceses y los ingleses, como todo el mundo sabe.

   España no se quedó atrás en el envío de sus exploradores y aunque era por esa época una potencia de segundo orden, no por ello cejó en su intento de obtener ganancias del reparto y así, pudo engrosar ampliar sus fronteras con las migajas que dejaban las potencias que marcaban el devenir de la historia. Ejemplo de ello son las islas de Fernando Poo y Corisco, Annobón y Elobey, la Guinea, el Sahara, Santa Cruz de la Mar Pequeña (provincia de Ifni) y posteriormente con el Protectorado Español de Marruecos, que tantos dolores causó.

   Desde luego la presencia española en África no era nueva, pues desde el fin de la Edad Media hasta el siglo XIX diversos enclaves que durante más o menos tiempo pasaron a formar parte de España: Larache, Ceuta, Melilla, el Peñón de Alhucemas, el Peñón de Vélez de la Gomera, las islas Chafarinas, la isla de Alborán, Orán y Mazalquivir y otros enclaves que confieren a España una primacía en el conocimiento, al menos, del norte de África.

   Volviendo al siglo XIX, un siglo de exploradores, nos vamos a detener en un malagueño natural de Alhaurín de la Torre: Cristóbal Benítez González, quien entre 1879 y 1880 realizó un fantástico viaje que le llevó desde Ceuta a la ciudad de Tumbuctú, atravesando el desierto y los peligros que este conllevaba, así como el peligro de internarse un cristiano en tierras de musulmanes celosos de impedir la entrada de infieles en territorio consagrado a Alá.

   Nació Cristóbal en Alhaurín de la Torre el diecinueve de julio de 1856, hijo de José Benítez Carpio, natural del mismo Alhaurín de la Torre, y de María González Serrano, natural de Coín, localidad cercana a la anterior. Desconozco si hubo más hijos, pero por la documentación consultada sé que pocos años después emigraron al norte de Marruecos, llegando a Tetuán alrededor de 1860, donde su padre, que era del comercio, cuando llegó a Tetuán montó una fábrica de conservas de anchoas en la localidad de Río Martil, localidad costera emplazada en la desembocadura del río del mismo nombre y a unos diez kilómetros de Tetuán.

   Tetuán, junto a Tánger, Larache, Mogador, Safí, Casablanca y otras fue punto de destino de muchos españoles, sobre todo a partir de la Guerra de África de 1859-1860, siendo la mayoría de estos españoles procedentes de Andalucía y de esta región la mayor parte de Cádiz y Málaga, teniendo la mayor parte de ellos un nivel económico bastante bajo.

   No he hallado noticias de su infancia y juventud, pero es posible que hubiera sido alumno del franciscano, diplomático y arabista  José Antonio Ramón Lerchundi Lerchundi, más conocido como Padre Lerchundi, quien llegó a Tetuán en 1862 y donde permaneció hasta 1877. Se tiene esta impresión habida cuenta que Cristóbal Benítez le dedicó el libro que escribió tras su viaje al interior de África.

   Desde joven, gracias al comercio del corcho, cristóbal viajó bastante por las comarcas de Tetuán, Fez y  Marrakech, lo que le permitió llegar mucho contacto con los musulmanes y a conocer muy bien sus costumbres  y a dominar los dialectos principales de Marruecos, lo cual lo convirtió andando el tiempo en el individuo idóneo para ser contratado como traductor.

   En el año de 1879 apareció recaló en la embajada de Alemania en la ciudad de Tánger un geólogo austriaco llamado Óskar Lenz, que acudía a Marruecos comisionado por la Sociedad Geográfica de Berlín para conocer la geografía y etnografía del país alauí desde el mismo Tánger hasta, al menos, las estribaciones meridionales de la cordillera del Atlas y si los medios, el tiempo y las circunstancias lo permitían, pasar más allá hasta llegar a Uarzazate, ciudad diputada como la puerta del desierto y seguir hasta la ciudad de Tumbuctú, en el actual Mali y desde allí continuar hasta Senegal, donde embarcar para el regreso.

   Evidentemente, este no iba a ser un viaje idílico como si fuera por Europa, no, iba a presentar dificultades varias: idioma, conocimiento de las costumbres, conocimiento de las ciudades, … y para ello Lez se puso a preguntar en las diferentes legaciones diplomáticas de los países europeos presentes en Tánger si conocían a alguien que respondiera a sus necesidades, siendo en la española donde encontró a su hombre: Cristóbal Benítez González.

   Este, que siempre había tenido en mente la idea de viajar al sur, conocer aquellas comarcas y ser el primer español en cruzar el desierto, vio de repente su oportunidad en la propuesta de Lenz y ante los problemas planteados por el austriaco respecto a las dificultades que se podía encontrar por el camino, nuestro Cristóbal sacó a relucir su lado pragmático y como inteligente e instruido en las cosas del mundo musulmán, rápidamente se hizo cargo de la situación.

   El primer problema que había que solucionar era el aspecto de Oskar Lenz: un individuo blanco, de ojos azules y de pelo rubio difícilmente pasaría desapercibido entre una población musulmana que cuanto más al sur e interior del país más cerrada era a admitir a infieles en su territorio. Eso sin contar con el bandolerismo endémico que asolaba esas comarcas perdidas de Marruecos.

   Partió la expedición de Tetuán el primero de diciembre de 18719, pasando primero a Ceuta y luego a Tánger, desde donde continuaron hasta Fez, ciudad en la que Benítez consiguió del  sultán Muley Hasan un salvoconducto para poder transitar por los territorios de su dominio. Pero conocedor Benítez de lo que en un momento dado podía valer el dicho salvoconducto, urdió un plan para hacer la expedición lo más segura del mundo.


   Para solucionarlo, Benítez recurrió a Alí Butaleb, hijo de un pachá argelino de Orán que tenía muchos pájaros en la cabeza y al que convencieron para que se uniera a la expedición en calidad de descendiente (falso, por supuesto) del jerife Ab de Kader y este a su vez del mismísimo Profeta, quien viajaba como jerife y mercader, acompañado por dos ayudantes en un supuesto viaje de negocios: el austriaco Lenz se transformó de la noche a la mañana en el doctor Haquim Omar, médico turco personal del jerife mercader, que no hablaba árabe -cosa que procuró llevar a efecto hablando lo menos posible-, y el español Benítez, que igualmente de la noche a la mañana pasó a llamarse Sidi Abdallá, con el empleo de mayordomo del mercader y encargado de llevar la intendencia de éste en sus negocios a través del desierto.

   Ni que decir tiene que los tres iban perfectamente disfrazados de musulmanes de posición social. Y ni que decir tiene que a lo largo del viaje demostró Benítez su amplia cultura y conocimientos acerca de las tierras por las que pasaban, desde la historia y la relación de estos con la antigua Al Ándalus hasta la situación de las principales minas (hecho este último que el austriaco desconocía en absoluto y nunca reconoció en sus escritos que pudo investigar gracias a Benítez) 

   Desde Fez pasaron a Mequinez y a Marrakech, para continuar viaje a Tarudant, ciudad en la que tuvieron la primera situación de verdadero peligro durante la expedición, pues se había propagado la voz de que era cristianos disfrazados de musulmanes, lo que provocó las iras de los ciudadanos, quienes acudieron en masa a la pensión donde se alojaban con intención de darles muerte allí mismo.

   Según cuenta el mismo Cristóbal en la crónica que escribió

   «...y como los tarudaneses no pueden vernos [a los cristianos] y nos conservan el odio que su fanatismo religioso les inspira, se dejaron llevar de lo dicho por los mencionados xiéjes, y, marchando en tumulto, fueron al fondac [fonda] con intención de asesinarnos, porque nuestra presencia entre ellos era de mal augurio y su religión les prohibía todo roce con los nasarenos, como ellos nos llaman.

   Grande fué nuestro aprieto al vernos rodeados de gentes, cuyo salvajismo, estimulado por el fanatismo religioso, no entendía razones ni toleraba que uno que no fuera creyente viviera entro ellos, y mayor era el en que yo me encontraba, porque de mí dependía el salvar al doctor y á los que nos acompañaban, no conociendo aquél el idioma árabe, no pudiendo por medio del lenguaje ocultar su nacionalidad y religión, y ser nuestros acompañantes hombres de tan poca confianza, que temía volvieran sus armas contra nosotros. Pero como el peligro ilumina nuestra inteligencia ó despierta en nosotros el instinto de conservación, sin medir el paso que iba á dar, me dirigí á las turbas, antes que echaran las puertas abajo, y sólo y sin más compañía que mi revólver, oculto entre los pliegues de mi sulham ó albornoz, dispuesto á vender cara mi vida y la de mi querido é inolvidable amigo el Dr. Lentz, les increpé preguntándoles qué querían de nosotros con hacer tanto tumulto y venir en son de guerra contra unos xerifes que les pedían hospitalidad. A lo cual respondieron, que como éramos cristianos, querían matarnos y llevarse cuanto poseíamos.

   Les contesté, simulando enfado, que los cristianos eran ellos que querían asesinar á unos descendientes de Mahoma, pues los verdaderos creyentes, en vez de venir á robarnos, vienen á traer las ofrendas que dedican al Profeta y regalan á sus descendientes.

   Al ver mi tono alto y enfadado contra ellos, creyeron algunos que éramos verdaderos xerifes y empezaron á calmarlos un tanto; amenáceles luego con la ira de Dios, porque metían aquel atropello contra xerifes que venían de la Meca, que debían respetar y venerar, así como á los que les acompañaban, pues todos éramos verdaderos creyentes, y añadí que si querían buscar algún traidor é infiel cristiano, que lo buscaran entre ellos ó entre los quo les estimulaban, porque contra la ley del Profeta, no sólo no nos veneraban, sino que profanaban la hospitalidad que el buen musulmán está obligado á da r á sus hermanos.

   Tantas y tales cosas se me ocurrieron, que el pueblo empezó á calmarse, y vino á coronar mi obra el Xerif Muley Ahmed, hijo del santo patrón de la ciudad, llamado Sidi ú-Sidi, al que habíamos remitido una de las cartas ficticias que el lector recordará fué escrita por nosotros en Marruecos, apareciendo en ella que el Xerif Muley Ali, de aquella ciudad, nos recomendaba á él como xerifes que, procedentes de la Meca, íbamos al Musem, ó soko de Sidi Ahmed de Musa.

   La llegada de dicho Xerif fué nuestra completa salvación, porque el populacho, al que yo había empezado á calmar con mis increpaciones, al oir que su Xerif querido, al que profesan gran respeto, les increpaba en los mismos términos que yo lo había hecho, se calmó por completo, y nuestra situación cambió de aspecto, sin que por esto olvidara yo ninguna precaución para evitar otro atentado. La lección fué muy dura, y el lance que jugué muy peligroso para que me olvidara en mucho tiempo de lo ocurrido y cometiera la más pequeña indiscreción...» 

    En fin, que tras seguir camino  y tener que vérselas con ladrones y asesinos, lograron llegar al desierto, donde las duras condiciones se cobraron la vida de algún hombre  y les mortificaron con la sed llegaron a la región del río Dráa, y tras recorrer un penoso camino llegaron a Tinduf y Arauan, para, por fin, el primero de julio llegar a la meta: Tumbuctú, siete meses después de su partida de Tetuán. 


Oasis en Tinduf (1880)

      Permanecieron en esa ciudad diecisiete días, donde conocieron a Fandagomo, rey de los tuaregs, quien acudió a despedirles cuando marcharon en dirección a Basicuno.

   En su camino hacia San Luis de Senegal donde debían embarcar rumbo a Europa, pasaron por los aduares de las kabilas de los Turmus y los Ulad Alush, teniendo con estos últimos un encuentro que pudo haber acabado en una  tragedia con resultado de muerte.


Vista de Tumbuctú. 

      El tres de agosto hallábase la expedición acampada en un bosque, cuando un griterío alarmó al argelino, al español y al austriaco, quienes rápidamente salieron de sus tiendas, viendo como sus conductores estaban disputando con una banda de unos veinte kabileños armados a los que les decían que les devolvieran los camellos que les estaban robando. Tras unos momentos de gran tensión y gracias a que todos los miembros de la expedición estaban armados con armas de fuego, tras un duro tira y afloja se solventó favorablemente la situación.

   Cristóbal Benítez lo cuenta así en su crónica:

   «y nos empezábamos á dormir cuando á las dos de la tarde sentimos un ruido extraño que nos despertó sobresaltados y nos obligó á salir de nuestra s tiendas al Dr. Lentz, al Hach Ali y á mí. No bien nos encontramos fuera de ellas, cuando vimos á nuestros conductores disputando con una banda de árabes de los Ulad-Alush par a que les devolvieran los camellos que les habían cogido. Ver esto y hacernos cargo de nuestra situación, fué cosa de un momento, y consultándonos más con la vista que de palabra , decidimos defendernos hasta morir antes que aquellos desalmados quitaran nuestro equipaje y provisiones.

   Ya era tiempo de tomar una resolución, porque apenas habíamos cogido nuestros revolvers y nuestros árabes se habían armado con carabinas, cuando cuatro hombres á caballo y quince á pie, armados con escopetas de chispa de dos cañones, se presentaron en la explanada en donde estábamos acampados, y á toda prisa se dirigían á recoger el botín que á tan poca costa creían alcanzar. Verlos asomar, formarnos en ala los siete que allí estábamos y marchar haci a ellos con las armas preparadas par a hacer fuego, fué cosa de un momento. Al ver aquella gente nuestra aptitud, empezaron á da r espantosos gritos par a atemorizarnos, y al ver que nada conseguían con sus gritos, el que parecía su jefe, y en efecto lo era, á grandes voces nos intimó que nos separáramos del equipaje si no queríamos ser muertos por ellos. Yo les dije que haríamos fuego sobre ellos si daban un paso más adelante, y que si querían llevarse nuestro equipaje, sería mezclado con nuestra sangre.

   Viendo el Xej que estábamos resueltos á cumplir lo que le decíamos, mandó á su gente que hicieran alto mientras que él trataba de convencernos de lo disparatado que era el hacer armas contra ellos. El Hach Alí, con su escopeta en la mano, se dirigió al Xej, acompañado de los dos arrieros, y el Dr. Lentz y yo con dos árabes quedamos en línea guardando los equipajes. Empezó una discusión por nuestra parte par a hacerles comprender que, si nos atacaban, seríamos vencidos por el número, pero que de ellos tendrían sus bajas, porque no cesaríamos de defendernos mientras uno de nosotros viviese, y que tomábamos aquella resolución porque prefinamos morir de un tiro mejor que quedar abandonados en el desierto, sin camellos, sin provisiones y sin nuestras notas. Les dijimos porqué atacaban de aquella manera á unos xerifes que iban á hacer la guerra santa al Senegal, y nos dijeron que todo cuanto hay en su terreno les pertenecía, y más siendo cristianos, como le habían dicho unos árabes, y que llevábamos grandes riquezas de Timbuctú para el Senegal.

   Durante la conferencia del Xej Bubeker —que así se llamaba el capitán de asesinos y ladrones—, algunos de los de la banda quisieron meterse entre nosotros con el pretexto de pedirnos agua, pero se lo impedimos apuntándoles con nuestras armas, así que se quedaron en su sitio; y viendo el jefe que de ningún modo podían conseguir por fuerza nada de nosotros, nos dijo que no quería ya perder el viaje y que mandaría retirar los suyos si nosotros le dábamos el pago de su trabajo. Aceptamos su proposición si mandaba devolvernos los camellos, porque sin éstos no podíamos seguir nuestro camino, y acordándose que se devolverían, dio orden á su Lugarteniente par a que los trajeran, y á los demás que se retiraran, pues nosotros no conducíamos nada que pudiera merecer la pena de morir algunos de ellos por tan poca cosa.

   El árabe del desierto, cuando ve, como veía en aquel momento, que alguno va á morir, no sigue adelante su ataque, pues cada uno se dice que si él muere no lleva parte en el botín, y los otros lo llevan sin derramar sangre ninguna. De mala gana se marchó la ban a después de entregarnos los camellos, y se quedó con nosotros aquel endiablado Xej que tan mal rato nos había hecho pasar. Sin separarnos uno do otro, y arma al brazo, empezamos por ofrecerle tres duros en plata, y no mostrándose satisfecho, le dimos media pieza de tejido blanco de algodón, un haique del Hach Alí, un cobertor de algodón, una manta de lana fabricada en Timbuctú que llevábamos como cosa rara, y por fin, para su cara mitad, un par de babucha s rojas, con lo que se quedó conforme. Aprovechando su presencia entre nosotros, y juzgando que apenas nos separáramos de él, otra banda de los Ulad Alush nos iba á atacar, proyectamos el que nos acompañar a hasta Basícuno, y habiéndoselo propuesto, aceptó si le pagábamos el viaje; á lo que accedimos gustosos, y emprendimos la marcha sin detenernos hasta las dos de la madrugada, que descargamos los camellos, porque el hambre y el cansancio nos impedían continuar; y quedó uno de guardia, por temor de que nos hiciera alguna mala pasada aquel bribón, aunque todos éramos guardianes y ninguno se entregó al descanso.»

   Llegaron finalmente a Basícuno, desde donde continuaron su camino hacia Ñoro y de allí hacia San Luis, la antigua capital del Senegal, donde la expedición terminó su viaje el veintidós de noviembre de 1880 y desde donde partirían a Dakar para embarcar Europa, pero debido a una epidemia de fiebre amarilla no pudieron pasar a Dakar y cuando pudieron por fin embarcar no se les permitió  desembarcar en Santa Cruz de Tenerife como tenían pensado, viéndose obligados a viajar hasta el lazareto de Pauillac, próximo a la ciudad francesa de Burdeos, donde hubieron de pasar la cuarentena.

   Una vez finalizada ésta, Benítez se dirigió a Tánger embarcando en Marsella, mientras que Lenz se dirigió a Madrid, vía terrestre donde dio una conferencia en la Sociedad Geográfica de Madrid, tras la cual pasó a Tánger, donde se encontró nuevamente con Benítez, siendo ambos recibidos por los representantes de las delegaciones de las naciones europeas, ante quienes expusieron los resultados de su expedición.

   En 1881, se le nombró intérprete en la aduana de Larache, para ser trasladado el veintisiete de julio del mismo año al a las oficinas consulares españoles de Mogador, actual Essauira, donde ejerció como canciller.

   Desde esa plaza de Mogador, participó en 1883 la expedición de la comisión mixta hispano-marroquí que partió en busca del antiguo y desaparecido enclave de Santa Cruz de Mar Pequeña, conocido después como Sidi Ifni, con el objeto de establecer los límites geográficos y tomar posesión del enclave en virtud de los acuerdos firmados por España con Marruecos en el tratado paz de Wad Ras tras la guerra de 1859-1860.


   Esta expedición recorrió por el interior el antiguo reino de Sus desde Agadir hasta Aghi y por la costa hasta la desembocadura del río Draa, pasando por la bahía de Agadir y las radas de Sidi Mohammed Ben-Abdallah, Ifni, Sidi Uorzek, Arsis y Assaka, donde embarcó en la goleta militar Ligera, que el año anterior había llevado dos compañías de marina para la defensa y guarnición de aquel territorio, llevándoles hasta Puerto Cansado, es decir, a Santa Cruz de la Mar Pequeña, fondeando por el camino en las desembocaduras de los ríos Draa y Xibica, pero después de mucho investigar, de muchos discutir, los miembros de la Comisión no consiguieron llegar a ningún acuerdo, aunque al final España se quedó con ese territorio.

   De su vida personal, se sabe que contrajo matrimonio con Ana Ortiz Calvo, aunque no he averiguado aun la fecha y el lugar, y que tuvieron, al menos, seis hijos: Aurora, Matilde, José, Antonio, Belén y Sira Perpetua Felicidad, nacida en Mogador el siete de marzo de 1896.

   Aunque sé que es una temeridad, estimo que la fecha en que pudieron haber contraído matrimonio debió ser alrededor de 1888 y propongo Mogador como lugar del matrimonio.

   Publicó en 1899 en Tánger, un libro titulado Mi viaje por el interior del África, por la Imprenta Hispano-Arábiga de la misión católico española.

      Falleció a causa de una afección de la vesícula biliaria, en su domicilio, a las trece horas del día siete de septiembre de 1924, en Mogador, a los sesenta y ocho años de edad, Benítez fue enterrado en el cementerio cristiano de dicha ciudad, hoy Essaouira, en donde se conserva su sepultura, aunque en un estado de abandono, como, al parecer, el resto del cementerio. 

   Su esposa falleció en la misma ciudad, a la una y cuarenta y cinco minutos de la mañana del once de diciembre de 1926, siendo enterrada al igual que su marido en el cementerio cristiano de Mogador. Era natural de Estepona e hija de Antonio Ortiz Montoya, marinero, y de Gerónima Calvo Pérez, naturales ambos de Estepona.

Una opinión personal: Desde luego los ciudadanos de Essauira son los dueños de su ciudad y son muy libres de hacer con ella lo que les parezca, pero si yo fuera essauireño restauraría el cementerio en lo posible o, al menos, lo adecentaría y lo ofrecería al ciudadano y al visitante como un atractivo cultural mas de la ciudad, porque, a fin de cuentas, es parte indisociable de su historia. 

   Y en el caso de nuestro biografiado, si yo fuera alhaurino le diría al ayuntamiento que solicitara permiso al de Essauira y procediera a la restauración de la tumba de un hijo célebre de Alhaurín de la Torre e intentaría localizar el lugar donde estuvo residiendo en Tumbuctú durante los diecisiete días que allí estuvo, para colocar una placa en su recuerdo, como ya han hecho otros países con ciudadanos suyos que allí estuvieron.



Las imágenes han sido tomadas de:

Foto de Cristóbal: https://es.wikipedia.org/wiki/Crist%C3%B3bal_Ben%C3%ADtez

Foto del oasis de Tinduf, de una caravana llegando a Tumbuctú, de la vista de Tumbuctú y planos: https://adarvegranadino.weebly.com/cristoacutebal-beniacutetez-gonzaacutelez.html

Foto de la tumba de Cristóbal: https://www.laopiniondemalaga.es/malaga/2024/03/03/cristobal-benitez-malagueno-rumbo-tombuctu-98885373.html

Imágenes de la partida de defunción: Consulado General de España en Agadir.

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