En la madrugada del día 11 de noviembre del año de 1853 y durante el transcurso de una fuerte tormenta de agua y granizo, pudieron escuchar los vecinos de Alhaurín el Grande y alrededores un impresionante trueno como nunca se había escuchado por estos lares, como si hubieran sido disparados cien cañones a la vez.
Pero el asombro no hubiera pasado del lógico miedo que despertó en muchos vecinos si este estampido no hubiera venido acompañado de la caída de un bólido ígneo, de un meteorito o de una centella, al parecer atraído por la veleta de hierro de la casa de los Patiño, situada en la parte alta de la población, rebotó y fue a dar contra el balcón de la casa de Pedro Reboul, la cual se sitúa más abajo pero sobresaliendo hacia la calle de Molinos Abajo.
Una vez en el balcón, la centella rompió el cristal introduciéndose en la habitación, la cual se hallaba llena de cuadros y una ama, sobre la cual dormía el Sr. Reboul.
Al parecer, y según la suposición, la centella se dividió en dos trayectos, uno por el pestillo de arriba de la ventana y la otra por el cerrojo del postigo, yendo a incidir la mayor fuerza eléctrica sobre el muro izquierda de dicha ventana, rompiéndolo en dirección diagonal, destrozándolo y yendo a parar los cascotes a la cama donde dormía Reboul.
Según parece, el fuego de la centella redujo a la mínima expresión un espejo que se hallaba en la pared, e incluso desquició un marco colgado en la misma pared, haciendo que saltaran los clavos y quemando el marco.
Pero esto no fue todo. El otro trayecto de la centella fue a dar a la pared donde daba el cabecero de la cama de Reboul, haciendo, igual que en la otra pared, que a un cuadro se descuajaringara, le hiciera un boquete. Pero la centella también hizo que esa pared se resquebrajara en dirección la cabecea de la cama y, por tanto de la cabeza de nuestro Reboul, pero con la suerte de que tropezó con un estoque, destrozándole la empuñadura y haciendo un boquete en la pared, a la vez que la centella se desplazaba por la hoja del estoque hasta su punta, la cual cascó.
Es decir, que Pedro Rebul le debió la vida al estoque que tenía colgado de la pared, que hizo de pararrayos. Nuestro hombre, según su relato, de lo que realmente se dio cuenta fue de una leve ráfaga de luz que le puso en alerta, cubriéndose la cabeza con un capote de barragán y levantándose raudo a abrir la ventana para que se renovase el aire, cuyo olor era desagradable, sulfuroso, como de ajos, olor que se percibió incluso a 200 varas de la habitación protagonista del suceso.
Corrió la especie por Alhaurín de que la leche se agrió en los vasos durante el transcurso de la tormenta.
IHPMalagueñas
Málaga - 2015
Una vez en el balcón, la centella rompió el cristal introduciéndose en la habitación, la cual se hallaba llena de cuadros y una ama, sobre la cual dormía el Sr. Reboul.
Al parecer, y según la suposición, la centella se dividió en dos trayectos, uno por el pestillo de arriba de la ventana y la otra por el cerrojo del postigo, yendo a incidir la mayor fuerza eléctrica sobre el muro izquierda de dicha ventana, rompiéndolo en dirección diagonal, destrozándolo y yendo a parar los cascotes a la cama donde dormía Reboul.
Según parece, el fuego de la centella redujo a la mínima expresión un espejo que se hallaba en la pared, e incluso desquició un marco colgado en la misma pared, haciendo que saltaran los clavos y quemando el marco.
Pero esto no fue todo. El otro trayecto de la centella fue a dar a la pared donde daba el cabecero de la cama de Reboul, haciendo, igual que en la otra pared, que a un cuadro se descuajaringara, le hiciera un boquete. Pero la centella también hizo que esa pared se resquebrajara en dirección la cabecea de la cama y, por tanto de la cabeza de nuestro Reboul, pero con la suerte de que tropezó con un estoque, destrozándole la empuñadura y haciendo un boquete en la pared, a la vez que la centella se desplazaba por la hoja del estoque hasta su punta, la cual cascó.
Es decir, que Pedro Rebul le debió la vida al estoque que tenía colgado de la pared, que hizo de pararrayos. Nuestro hombre, según su relato, de lo que realmente se dio cuenta fue de una leve ráfaga de luz que le puso en alerta, cubriéndose la cabeza con un capote de barragán y levantándose raudo a abrir la ventana para que se renovase el aire, cuyo olor era desagradable, sulfuroso, como de ajos, olor que se percibió incluso a 200 varas de la habitación protagonista del suceso.
Corrió la especie por Alhaurín de que la leche se agrió en los vasos durante el transcurso de la tormenta.
IHPMalagueñas
Málaga - 2015