domingo, 27 de junio de 2021

¡A VER SI REVIENTA!, POR NARCISO DÍAZ DE ESCOVAR

   Buenos días.

   Aquí traigo un nuevo chascarrillo escrito por el cronista malagueño Narciso Díaz de Escovar, de su serie Cosas de mi tierra. Esperamos que lo disfruten. 

¡A VER SI REVIENTA!

En el barrio de la Victoria, de Málaga, del cual dijo la copla

En er mundo está la gloria,

y esa gloria está en el barrio

que llaman de la Victoria,

vivía hará unos doce ó catorce años una vieja llamada "la tía Norica", con más años que el acueducto de Segovia, más arrugas que una camisa sin planchar y más gruñidora que un cerdo pequeño cuando se le coge.

   Allá cuando joven, que mucho tiempo había pasado, recorría los pueblos de la provincia de Sevilla, donde vio la luz, con su padre, un industrial, más ó menos honrado, exhibiendo una vulgar "tía Norica", de donde á la muchacha vino el apodo, pues comenzaron por decirle "Rosa, la de la tía Norica", y acabaron por suprimirle el nombre de Rosa, cuando empezó á perder los encantos de la juventud, y quedó sólo el mote nada atractivo con que en este articulejo la presentamos.

   Cuentan las Crónicas, y si no las crónicas, que tales pequeñeces desprecian, las lenguas afiladas de las comadres, que la tía Norica tenía el genio más malo que criatura humana tuvo, que nadie podía aguantarla, y que era una fiera cuando llegaba la ocasión, hasta el punto de que una vez estuvo en la Cárcel por haberle roto un brazo á una casera que le quiso cobrar, aunque no llegó á cobrarle, los alquileres de su sala, y otra vez la llevaron á la Aduana por haberle soltado una bofetada, con eco y repetición, al tendero de la esquina de la calle de Caves.

   Esta irritable señora, la llamaremos así por galantería, era madre de la más angelical criatura que pisó los empedrados del barrio. Llamábase Rosa, como su madre, y bien podía competir con sus vecinas homónimas, las que salpicaban los vistosos cuadros de los jardines de la calle de Alfonso Xll y de la plaza de la Victoria, que rosas eran unas y otra por la belleza., por el perfume y por el nombre. Era rubia como las espigas, de ojos entre verdes y azules, nariz correcta, boca pequeña, manos como flores de almendro, y pies que parece mentira, siendo tan pequeños, que sostuvieran cuerpo tan gentil.

   Aún estaba Rosa aprendiendo á leer y á escribir en aquella famosa escuela, de D. Rita Carretero, cuando ya se dejaba requebrar de cierto zagalón, moreno y de ojos negros, valiente y acariciador, que se llamaba Pepe Jiménez y era hijo del jardinero que por entonces había en el jardín del cercano hospital Militar.

   Conociéronse una tarde de Reyes, en que las respectivas familias fueron á comer su merienda, con el indispensable chorizo, sus mal olientes arenques, sus naranjas de postre y las tradicionales cañas dulces, á la fuente de los Cambrones ó, mejor dicho, al arroyo que más allá de la fuente existe, desde entonces, ella y él, él y ella, se encontraban unidos por simpática corriente, que acabó en noviajo con la superior aprobación de la "tía Norica", á quien gustaba Pepe, entre otras razones, porque se murmuraba que el padre tenía sus cuartos ahorrados, ó el gato gordo, según la frase del barrio para expresar que había dinero en caja.

  Aquellos amores duraron algún tiempo; pero al hijo del jardinero le tocó la quinta, y hubo que esperar á que cumpliera sus años de servicio, durante los cuales fue más fiel que un perro, no dejando de escribir una semana en papel ¿?, ya por un corazón vertiendo gotas de tinta roja, lean sangre, ó dos pajaritos, que lo mismo podían ser palomas ó cuervos, arrullándose á la sombra de un árbol.

   De ella no hay que hablar. Ni asistía á paseos, ni bailaba en Sociedades de pianillo, ni se dejaba hablar por los mozuelos, que era buena como la que más y tenía confianza en la constancia de su novio.

Con su licencia en el brillante canuto de hojalata, pendiente del cordón rojo; su gorrilla de cuartel y unos cuantos duros en los bolsillos, regresó al fin Pepe, y desde luego, con la venia del Sr. Miguel, su padre, proyectó casarse y hacer su esposa, por palabras de presente que hacen verdadero y legítimo matrimonio, á su bellísima Rosa.

   Había por entonces en la Victoria un padre capellán muy bondadoso, exageradamente grueso, caritativo hasta la exageración, amigo y consejero de todos, no odiado por nadie, hasta el punto que, aun en los años de la Revolución, aquellos nacionales que gritaban "¡Abajo los curas!", al verle pasar se quitaban sus gorras militares y le saludaban con respeto. Había sido fraile mínimo, y tenía por su Virgen de la Victoria un cariño tan grande, que sólo de ella hablaba y sólo á su culto estaba dedicado.

   Sentado en su pequeño despacho, junto á la grande ventana, que no dejaba entrar la luz por el enverjado de jazmines y rosas de pitiminí, que la habían tomado por asalto, hallábase el padre capellán cuando penetró Pepe, todo turbado y demostrando su cortedad de genio.

   Lo miró el cura á través de sus gafas, y al reconocerle, dando á su cara de luna llena una expresión de sincero cariño, le preguntó:

—Hola, señor militar, ¿qué te trae por aquí?

—Pues naíta... poca cosa... que quieo casarme y vengo á que osté me arregle los papeles.

—¡Ya, ya! ¿Y quieres casarte con la Rosa?

—Con la mesma.

—No es mala elección; pero, ¿tú sabes la suegra, que te llevas, hijo mío?

—Ya. lo sé; ya lo sé—respondió Pepe con acento de víctima, convertida—; pero y a la aguantaremos. En el fondo, no es mala,

—En el fondo no lo será; pero en la forma... Ya ves, hijo de mi alma, ayer le pegó al monaguillo porque no le quiso llevar una silla.

— Sarna con gusto no pica, y con tal de que yo me lleve a la Rosa , hasta la "tía Norica" ha de parecerme un ángel.

   —¡Vaya un angelito que lo vas á echar! Pero... con tu pan te lo comas.

   Y el bueno del capellán no volvió á hablar más del asunto, fue á la casa obispal y á la parroquia, se movió de arriba para abajo, y una noche del mes de Diciembre, víspera de Nochebuena, ante el altar de San Francisco de Paula y de la Virgen de Belén, Rosa, la bella Victoriana, y Pepe, el hijo del señó Miguel el jardinero, se unían en lazo eterno, recibiendo él los apretones de manos de sus compañeros, y ella, los besos de sus amigas y la petición de alfileres y azahares por parte de las solteras con ganas de marido, que lo eran todas. Bendijo á los cónyuges el bondadoso capellán y no faltó órgano ni sacristán.

   Pasaron meses, y todos en el barrio admiraron la resignación de Pepe. Era feliz, a pesar de todo. Era este todo la "tía Norica", que, apenas le tuvo por yerno, no disimuló más y se presentó tal como era, llegando á arañarle la cara una vez y otra á tirarle á la cabeza una maceta de claveles, que se estrelló contra un armario rompiendo dos cristales. Pepe callaba, y, acordándose de su Rosa, armábase de paciencia para resistir aquel ciclón viviente, adivinando los caprichos de su suegra y adulándola como si fuese una madre par a él.

   Algo de esto llegó á los oídos del padre capellán, que lamentaba lo ocurrido, sintiendo que hubiese serpiente en aquel paraíso, cuando cierta tardo se encontró en el Compás de la Victoria á Pepe Jiménez, con una sandía hermosísima debajo del brazo.

—Ven acá, pillastrón—le dijo el cura con tono de cariño—, que -nunca vas á verme ni te acuerdas de mí.

—Sí, señor, que me acuerdo; pero estoy muy ocupado y en el trabajo velo muchas noches.

   Reparando entonces el padre de almas en la sandía, añadió:

—Y qué es eso, ¿te gustan las sandías?

—No, señó. A mí ni me gustan ni me dejan de gustar. A quien le gustan es á mi suegra, á la "tía Norica"

—¡Vaya, hombre! Va veo que la quieres y la mimas. ¡Más vale así, hijo mío!

—Ca , no, señor. Es que siempre que come sandía le da un cólico y se pone á la muerte.

Narciso DÍAZ DE ESCOVAR.

Heraldo de Madrid, 9-4-1914. P. 3

IHPMalagueñas
Málaga - 2021

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