José González Enríquez nació en
la localidad de Coín, hijo primogénito de un matrimonio de labradores con
cuatro hijos. Rubio y bajo de estatura, era un hombre calmoso, receloso, que
cuenta la historia de la aventura vivida en el interior de Marruecos con una
absoluta frialdad e indiferencia.
¿En el interior de Marruecos?
Pues sí, en el interior de Marruecos, donde pasó cautivo diez años de su vida.
Pero empecemos por el principio.
A nuestro hombre le enseñó a leer
y a escribir un abogado de Málaga llamado Antonio Rosado, tras lo cual estuvo
estudiando durante dos años en un internado de Madrid, pero como las
circunstancias económicas no eran muy buenos, no le quedó más remedio que
abandonar los estudios y ponerse a trabajar.
En septiembre de 1923 se traslada a Málaga, en cuyo puerto embarcó en el vapor Carmen, terminando en la ciudad de Ceuta trabajando como obrero panadero en el Cuerpo de Intendencia que operaban en el sector de Tetuán, en su caso Ceuta, siendo al poco trasladado en el mismo empleo a Ben Karrich. Ocurrió esto en la época en que se estaba preparando la retirada de Xauen, acompañando el los convoyes encargados de abastecer las posiciones más avanzadas del Ejército.
En septiembre de 1923 se traslada a Málaga, en cuyo puerto embarcó en el vapor Carmen, terminando en la ciudad de Ceuta trabajando como obrero panadero en el Cuerpo de Intendencia que operaban en el sector de Tetuán, en su caso Ceuta, siendo al poco trasladado en el mismo empleo a Ben Karrich. Ocurrió esto en la época en que se estaba preparando la retirada de Xauen, acompañando el los convoyes encargados de abastecer las posiciones más avanzadas del Ejército.
José, a la derecha, durante una de las entrevistas que le realizaron después de su cautiverio
Ocurrió que el día diecisiete de
marzo de 1924, salió con otros cinco soldados con un convoy de provisiones de la localidad de Ben Karrich rumbo a Queri-Tera, cuando por el camino los moros
acometieron a los españoles con un intenso tiroteo, consiguiendo cercarlos a
eso de las tres de la tarde, acabando por serle imposible a los españoles
romper el cerco y, además, la inferioridad numérica y la escasez de municiones
impedía una eficaz resistencia.
Como un solo hombre, los moros se
arrojaron sobre los españoles apresándolos a todos los hombres y bestias que
componían el convoy. Relata nuestro hombre, que les llevaron vendados los ojos, a el, al menos, encima de un burro, de cabila en cabila, ignorando en qué posición geográfica
se podían encontrar.
La situación se le convirtió
pronto, tanto a el como a los demás cautivos en penosa, pues los moros les
trataban muy mal y cualquier cosa era motivo de molerlos a palos, privarles de
comida y de bebida y encerrándolos en cuevas para impedir que escaparan.
Centrándonos en el caso de nuestro hombre, siguió
viajando con sus captores y otros prisioneros recorriendo cabila tras cabila,
observando, a pesar de su penosa situación, costumbres locales, como que en
algunas cabilas los hombres llevaban un aro en la nariz, en otras llevaban
zarcillos y aun en otras las mujeres unos grandes aros metálicos pendientes de
las orejas.
Así pudo haberse desplazado José durante su marcha hacia el cautiverio
Nos habla nuestro hombre de la
vida tan dura que se lleva en el Sahara, sin apenas agua, donde la poca que hay
la sacan de unos aljibes y que además era salobre. El escaso pan era de cebada
y se alimentaban fundamentalmente de cigarrones (langostas, las que preparaban
cocidas o asadas, siendo un plato que a nuestro paisano le resultaba agradable
al paladar. Como comida extraordinaria, lo
que ocurría muy de vez en cuando, se hacía cuscús.
A nuestro José, al final, después
de mucho transitar y ya internado en el Sahara, lo instalaron en una aldea a la
que él llamó Luek-Sahara o algo parecido, donde la gente vivía en cuevas,
enormes en anchura y, sobre todo en profundidad, cerca de un arroyo. Como
prisioneros que eran los pusieron a trabajar excavando en el terreno para hacer
más cuevas, trabajando desde el amanecer al atardecer, pasando meses enteros en
su trabajo sin ver la luz del sol, pues mientras trabajaban no salían al
exterior de la cueva, sufriendo agresiones y heridas por parte de sus captores
si estos creían que trabajan lento. Más de una vez desearon quitarse la vida.
Pasado un tiempo, la cosa se
suavizó un poco, pues el caid Leising-Chej, quien al parecer era señor de siete
cabilas, entre ellas la de Luek-Sáhara, en la que residía nuestro José, le tomó
a su servicio, empleándole en cortar leña, hacer carbón y en alguna que otra
ocasión, robar, pues no debemos olvidar que el pillaje era una de las formas de
"ganarse la vida" de los moros del desierto.
¿Y cómo lo hacían? Pues fácil.
Cuando observaban una caravana aventurarse por las inseguras rutas, lo primero
que hacían era calibrar la fuerza que llevaba esta de escolta y si comprobaban
que era inferior en hombres disponibles y armamento a las fuerzas del caid, se
lanzaban al asalto, resultando José herido de un tajo de gumia en la mano
izquierda, la cual le curaron con un hierro al rojo vivo.
Una noria como esta pudo haber usado José durante su cautiverio y trabajos
Hallarse cerca del caid, le
permitió enterarse que las armas se las proporcionaban los alemanes, pues un
barco de esta nacionalidad atracaba cada tres meses en algún punto
indeterminado de la costa, para cargar mineral de cobre y plata a cambio de
fusiles y balas. Dicha operación se realizaba durante la noche y tanto las
armas como la municiones eran llevados a las cuevas, muchas de las veces a
hombros de los prisioneros.
Antes de continuar con su
aventura, hablemos de los demás prisioneros, buen, no de todos, solo de algunos
casos.
José mencionó algunos nombres,
como el del rondeño Diego Piñero Piñones, con quien solo pudo hablar por señas,
Francisco Carrasco, de Estepona, Antonio Vázquez, de Casarabonela, el Cabo
Carmona, natural de Alcolea, en Córdoba, Francisco Fernández Postigo, natural
de Vélez-Málaga, el Suboficial Conejero o el sargento de Artillería Francisco
Fernández Postigo, natural de Vélez Málaga, quien a pesar de hallarse enfermo de una parálisis en las piernas,
trabaja caminando a rastras por el suelo o apoyándose en dos palos a guisa de
muletas, sin que este lastimoso estado le librase de los más crueles castigos.
Menciona también otro par de
nombres, pero solo para narrar el horror que sufrieron. Efectivamente, se trata
de Rafael Martínez, natural de Estepona
y José Bernal Agüera, nacido en un pueblo de Barcelona, quienes deciden fugarse,
pero con tan mala fortuna que los pillan y tras llevarlos de nuevo al poblado,
son salvajemente torturados y después del tormento son decapitados en presencia
de todo el poblado y de los propios españoles cautivos que allí estaban.
Uno de ellos, Rafael Martínez, al
serle cortada de un tajo la cabeza, ésta, al caer, rebotó en el suelo, mientras
que el cuerpo anduvo unos cuantos pasos arrastrando los pies, hasta que un moro
lo empujó y cayó a tierra, desangrándose a chorros.
Bien, volviendo a la narración de
su vivencia, decir que el caid le tomó, digámosle "cariño", tanto que cuando
aquel compró una esclava negra, llamada Diamina, para que sirviera a sus
mujeres, le obligó a casarse con ella y con quien tuvo un hijo llamado Lejusin Ben Agiais
(así era llamado José entre los moros de la cabila). Era este niño algo más
claro de piel que su madre, pero aun así bastante negro. No les cogió ningún
afecto ni a la madre ni al niño.
Un buen día, decidió que ya no lo
soportaba más, que tenía que huir de allí como fuera, aunque le costara la vida,
pero...¿no la estaba perdiendo un poco todos los días? Si la perdía de golpe ya
le daba igual, pero tenía que intentarlo. Desde el intento de huida de los dos desgraciados a los que les cortaron la cabeza, se habían multiplicado los malos tratos.
Un mañana le ordenaron que fuera
con una azada y un camello a cortar leña a unos matorrales cercanos al poblado
y cuando andaba de camino ¡vio la oportunidad!
Nada más llegar al lugar, lo
primero que hizo fue situar al camello en un lugar que fuera totalmente visible
desde el poblado para que no se sospechara y tras eso echó a correr con todas
sus fuerzas, como si le persiguiera el diablo, como si le fuera la vida en
ellos: ¡Nada más cierto!
Descalzo, con una chilaba raída y
un turbante por todo atuendo anduvo días y días, bueno, más bien noches y
noches para que no lo descubrieran, alimentándose de las espigas de cebada que
encontraba por el camino, bebiendo en los charcos, guiándose por las estrellas
y su instinto.
Así, tras diecisiete días de
agotadora caminata, consiguió llegar al puesto avanzado francés de Milers, donde
lo primero que hicieron fue detenerle y meterle durante tres días en un
calabozo, tras los cuales es interrogado y una vez eso, le proporcionan ropa y
le envían a la cercana posición española de Tiluin, donde tras un frío y
desabrido recibimiento, el Teniente al mando le expidió para Ifni, donde se
presentó al Coronel Capaz, quien tras escuchar admirado su narración lo envió a bordo del cañonero Dato a
Las Palmas de Gran Canaria, donde debía quedar a disposición de lo que
determinara el Gobierno, aunque tras recibirse una carta en la que sus padres
le reclamaban, es repatriado a la Península, acabando así su peripecia.
De su estancia en cautividad no
conservó más que un turbante. Ni siquiera aprendió el dialecto árabe de la
zona.
Sobre su llegada al destacamento
español de Tiluin, hay una versión que dice que el teniente al mando lo recibió
como a un delincuente, ordenando que se le ate a un árbol, pasando la fría
noche al raso sintiendo los mordiscos del frío del cual se libró gracias a que
un Cabo la echó por encima una chilaba.
Posición española de Tiluin
Al día siguiente, el teniente
ordena que le expidan para Ifni, lo cual hace acompañado de dos moros,
recorriendo sesenta kilómetros a pie, los cuales, como se podrá comprender,
tenía magullados y heridos después de diecisiete días andando descalzo,
ocurriendo que debido al estado de depauperación en que se hallaba, una vez ya
dentro de la zona española de Protectorado cayó en redondo al suelo, deseando
ya solo morir, cosa que no ocurrió gracias a la caridad de los dos moros que le
escoltaban, quienes se agencian un borrico y sobre el lo transportan hasta
Ifni.
Al llegar a esa ciudad, el
Subgobernador, el Comandante de Estado Mayor Pedemonte, no solo no le
interrogó, sino que no le ofreció un trato digno y caritativo, impidiéndole que
se comunicara con su familia, conociendo por un Sargento que la intención era
hacerle desaparecer, que no hablara ni contara a nadie su historia.
Tras dos meses de estar retenido
en Ifni, gracias a la idea de un soldado de mandar por el una carta a su
familia, supo esta de su existencia y de inmediato movió "Roma con
Santiago" para reclamarlo, lo que consiguieron, pudiendo, por fin, regresar
a casa diez años después de ser hecho prisionero por los moros.
Sobre él se llegó a decir que era
un español que se había alistado en la Legión Extranjera y que había desertado
y que conocía a la perfección el idioma árabe, cosa que, como ya hemos visto, no
era cierto.
Había que callar que en Marruecos
aun había muchos españoles prisioneros de los marroquíes, sufriendo esclavitud,
miseria, torturas y muertes ignominiosas mientras España no hacía nada.
Tras conocer su historia, hubo un
periodista que dijo que:
"Si España
es esto; si España no se conmueve ante la suerte y el dolor de sus hijos, yo no
quiero ser español."
Itinerario seguido por José en su huída. La línea de puntos indica el itinerario seguido por José
IHPMalagueñas
Málaga - 2017
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