Tras dejar el infante don
Fernando más o menos solucionados su problemas en Castilla y León, entre ellos la
seguridad del niño que sería el futuro Juan II y la consiguiente paz en el
reino, dejar a sus hijos Sancho y Enrique como grandes maestres de las Órdenes
de Alcántara y Santiago respectivamente y la boda de su hijo Alfonso con María,
la hermana del rey niño Juan II y sobrina del propio Fernando, pudo Fernando
acometer nuevas empresas en lo relativo a la guerra con Granada.
A esta situación de dejar todo en orden, se unió el hecho de que el rey
de Granada no pudo mantener y renovar la tregua que había entre ambos reinos,
aunque lo había solicitado.
Estos factores fueron suficientes para que se decidiese a reemprender
las campañas militares contra Granada, con el fin de aumentar su prestigio y
poder y dejar un reino más ancho al futuro rey Juan II, con lo cual, en febrero
de 1410 partió de Valladolid con su mesnada, dirigiéndose primeramente a
Córdoba, donde junto a sus generales preparó y puso en marcha la nueva campaña
bélica.
Estas reuniones determinaron que el objetivo principal era Antequera,
una ciudad de gran importancia dentro del reino granadino, pues aparte de
contar con una feraz vega solo comparable a la de la misma Granada, era un
importante cruce de caminos que, entre otras cosas, ponía en comunicación la
capital del reino con el importante puerto de Málaga, es decir, se trataba de
una importante vía de comunicación comercial del reino nazarí y la toma de
Antequera supondría un fuerte golpe para Granada.
A mediados de abril, se le unió en Écija la mesnada sevillana acaudillada
por Adelantado mayor de la frontera de Andalucía y Notario mayor de Andalucía Per
Afán de Ribera el viejo, quien traía la espada de Fernando III, talismán
castellano leonés en la lucha contra el moro, y ya todos juntos alcanzaron la
ribera del río Yeguas, frontera entonces entre ambos reinos y allí los
cristianos determinaron el orden de batalla:
- la vanguardia al mando de Pedro Ponce de León, V señor de Marchena
- las alas y la retaguardia las capitaneaban el condestable Ruy López
Dávalos, el almirante Alfonso Enríquez y Gómez Manrique, adelantado de Castilla
- el centro le conducía el infante, a quien acompañaba el obispo de
Palencia, Sancho de Rojas, armado de todas armas como los demás campeones.
El fracaso que tuvo en su intento tres años antes, de apoderarse de
Setenil, hizo que los castellanoleoneses presentaran ante Antequera un ejército
menos numeroso pero mucho mejor preparado, más eficaz y más operativo.
En total, se presentaron ante Antequera el veintisiete de abril un total
de dos mil quinientos lanceros, diez mil peones y mil de a caballo -en esto,
otras fuentes hablan de muchos más efectivos, llegando a cuadruplicarlo-,
poniendo sitio a la plaza, sitio que se alargó hasta el veinticuatro de
septiembre, que se tomó posesión de la plaza. Cinco largos meses en los que los
antiquiríes vendieron cara su derrota.
La parte granadina no estuvo ociosa. Mandó el emir -Yusuf III- predicar
en las mezquitas la guerra santa y envió a sus hermanos Alí y Ahmet a Archidona
con cinco mil de a caballo y ochenta mil peones, una cifra exagerada sin lugar
a dudas, pero que hicieron flaquear la moral de la tropa, ante lo cual Fernando
les soltó una arenga para levantar los ánimos y encender en ella la llama del
ardor bélico. Según uno de los textos usados, dicha arenga fue así:
«Camaradas, lo que a vosotros os llena de
inquietud y temor, eso mismo me llena de alegría y esperanza. Esperanza en una
victoria más rápida y más aplastante; también alegría, porque veo que no quedan
ya restos de traidores en nuestras filas. El enemigo no tentaría la suerte de
la guerra si tuviese esperanzas de que, como hizo en la campaña anterior,
podría sobornar la voluntad de algunos. Me congratulo, pues, de vuestro valor,
porque el enemigo no se atrevió a tentar vuestras voluntades … Soldados a los
que yo elegí y que me atrevería a enviar a combatir contra el ejército de Ciro,
o de Darío, o de Jerjes.
«No tengáis miedo a esa tumultuosa tropa,
alistada de entre los hombres más cobardes y turbulentos, una tropa que confía
no en sus fuerzas o en la ciencia militar, desarmada en su mayoría, enviada no
tanto para luchar cuanto para asustar, porque viene sin bagajes, sin
intendencia, sin aparato bélico. Si conseguimos mantenerles tres días dentro
del campamento, se disolverá y se verá obligada a regresar … Yo no creí
oportuno reclutar muchos hombres, sino sólo a los fuertes y bien armados,
aunque podía haber dispuesto de muchos más. Creedme, si ahora nos llegaran más
refuerzos, en mi nombre y en el vuestro me atrevería a decir que su llegada me
causa dolor e incluso los devolvería, pues ¿qué gloria obtiene un general y los
que buscan ocupar su lugar, si no vencen valiéndose del arte militar y del
valor, sino del número de soldados?
No sólo os invito a una gloria mayor, sino
incluso también a un botín más grande aún, pues, cuando los que vencen son
pocos, todos obtienen beneficio.
Ellos no van a tener ahora la suerte que
tuvieron en Setenil, pues ¿qué tienen en común aquella campaña y ésta? En
aquella estuvieron muchos que ahora no están y están otros muchos que entonces
no estaban. Además, en Setenil hubo hambre, traición, cuantiosas naves en ambos
bandos, pero ejército de tierra prácticamente nulo; en esta campaña hay comida
de sobra, fidelidad entre los jefes y soldados, ausencia de naves en ambos
bandos y un ejército de tierra.
Tengamos confianza en el santo bajo cuyo
estandarte combatiremos28. Os digo que nos vimos frustrados de tomar Setenil
para que, probada nuestra constancia ante Dios y acrecentada la soberbia de
ellos, los derrotaremos en guerra abierta … Deponed ese miedo indigno de
vuestro valor; no penséis en otras cosas que no sean el valor, la gloria, la
victoria, el botín y, ante todo, Dios»
Sea como fuere, ambos ejércitos se encontraron frente a frente a
primeros de mayo, iniciándose el combate el día seis, acometiendo los
granadinos con gran empuje sobre la sierra de las Cabras o de la Rábita, donde
se hallaba el obispo palentino con sus huestes, quienes reforzados por hombres del
capitán Juan de Velasco, lograron contener y rechazar el embate granadino,
ayudados, desde luego, por las trincheras y empalizadas que se habían hecho.
Y aun a pesar de las arengas y ejemplo dados por Alí y Ahmet, los granadinos,
faltos de la disciplina y formación militar necesaria, cedieron ante el empuje
castellanoleonés, produciéndose una desbandada entre los moros en todas direcciones,
siendo perseguidos , sobre todo, los que huían por el camino de Málaga y el de Cauche,
mientras que el infante Fernando acometía con sus fuerza al campamento
granadino situado en un lugar llamado Boca del Asno, a la vez que encomendaba al
comendador mayor de León que ejerciera una férrea vigilancia sobre los
antequeranos e impidiera a toda costa que realizaran salida alguna de la ciudad.
La victoria castellanoleonesa fue total, pues según las crónicas quince
mil granadinos entre muertos, heridos y prisioneros, amén de un cuantioso
botín, fue el precio que pagó Granada para esta batalla y, además, Antequera
quedaba cercada al mando de su firme y valiente caudillo, el último alcaide
moro de Antequera, Al-karmen, quien antes que amilanarse ante la tremenda
derrota sufrida por los suyos, se aprestó para ofrecer la más encarnizada
defensa. Antequera caería, pero los cristianos sudarían sangre para lograr
rendirla.
Informan las fuentes consultadas que venidas la máquinas de asalto a
mediados de mayo desde Sevilla a bordo de trescientas carretas -aunque con casi
toda probabilidad fueron construidas en las proximidades de Antequera debido a
lo dificultoso del transporte desde Sevilla y a las regulares condiciones de
las “carreteras” de la época-, dio comienzo propiamente dicho el asedio.
Se procuró en la medida de lo posible privar el acceso al agua a los
antequeranos, a la vez que se aproximaban a las murallas las máquinas de guerra,
aunque el acertado dispositivo levantado por Al-karmen hizo que sus defensas destruyeran o
inutilizaran, momentáneamente, esas máquinas y causaran estragos en sus
operarios, ayudándose para ello de una gran bombarda emplazada en la torre del
homenaje, que al final logró ser neutralizada gracias a los certeros disparos
de un maestro artillero.
El siguiente paso fue cegar el foso, o las partes necesarias, que
rodeaba la alcazaba y el día que se dio el asalto a las bastidas, hombres y
máquinas, salió Al-karmen con una tropa, logrando desbaratar los esfuerzos
cristianos y causar un gran daño entre ellos a la vez que incendiaba cuantas máquinas
de asalto pudo.
Tras esto, se dieron varios intentos de asalto, pero todos con la suerte
adversa para los castellanoleoneses, dedicándose entonces a realizar
incursiones por tierras de moros enfrentándose a las tropas granadinas que
acudían a intentar levantar el bloqueo, habiendo un permanente combate entre
ambas partes por tierras de Málaga y de Jaén, derrotándoles las más de las
veces, mientras se mantenía el sitio a la ciudad, a la vez que se acabó de
rodear con un muro la alcazaba, bloqueando así los caminos de acceso a ella.
Ante esta situación, que en realidad no estaba siendo favorable a los
granadinos, envió el emir un embajador con la misión de convencer a Fernando
para que cesase en su asedio y se aviniese a concertar una tregua de un par de
años, pero después de tanto tiempo, recursos y hombres empleados en la empresa,
propuso el infante que si el emir quería la paz debía atender a sus condiciones,
las cuales eran:
- declararse el emir vasallo del
rey de Castilla,
- pagar las parias que
acostumbraron a hacer sus antecesores en el trono granadino y
- liberar a todos los cristianos que
se hallaban cautivos en cualquier parte del reino granadino.
Estas condiciones resultaron poco menos que insultantes para el
embajador, de nombre Zaide Alamín, quien a no ver cumplido su propósito,
intentó sobornar a gente del campo cristiano para que prendieran fuego a la
ciudad, pero el complot fue descubierto y los implicados detenidos y ajusticiados.
Pasaba el tiempo y en estas llegó la noticia de que Yusuf III había
levantado un ejército para enviar en socorro de Antequera, ante lo cual
Fernando solicitó urgentemente armas y soldados a numerosas ciudades de la Andalucía
cristiana, así como dinero para sostener el esfuerzo económico de la campaña,
lo que consiguió, así como de privar definitivamente de agua a la plaza, aunque
no obstante esto, los soldados empezaban a notar ya las fatigas de la guerra y
de lo nocivo de un asedio en la moral de la tropa, por lo cual, para levantar
esa moral e imprimir un carácter más sagrado a la empresa, solicitó que se
trajera al campo cristiano el pendón de San Isidoro -también llamado de Baeza-,
acompañado por soldados.
Sobre esto, la Crónica de Juan II dice que
«Los reyes de Castilla quando yvan a aver
la pelea con los moros, o entravan por sus cuerpos en su tierra, llevavan
siempre consigo el pendón de Sant Esidro de León, aviendo muy grande deboción
en él. E por ende el Infante, como hera muy noble e muy católico, avíendo en él
muy grande deuoción, enbió mandar a León que le troxiesen el dicho pendón.
E llegó el dicho pendón al real en diez días
de setienbre, e traíalo vn monje. E hera ya tarde quando vino; e bien pluguiera
al Infante que obiera venido antes. E mandólo salir a recauir, e entró
aconpañado de gente de armas. E el Infante plugo mucho con él, por la grande
deboción que avía en él»
Nota: hay
autores que piensan que este pendón fue elaborado poco antes de este hecho, con
el objetivo de usarlo precisamente en esta campaña.
Tuvo su efecto la llegada de dicho pendón, pues pocos días después se
reanudaron los esfuerzos de asedio y ataque, tomando una de las torres de la
muralla, de donde echaron a los defensores, suponiendo el principio del fin de
Antequera.
La Crónica de Juan II sobre esto, dice
«E pelearon de tal manera que echaron los
moros fuera de la torre; e las primeras vanderas que en la torre subieron
fueron las de Garcifernández Manrique, e de Carlos de Arellano, e de Álvaro
Camarero, e de Peralonso d’Escalante. Y el Infante mandó luego embiar por los
pendones del Apóstol Santiago, e por el pendón de Santo Isidro de León, e por
los pendones de Sevilla e de Córdova, e mandolos poner encima de la torre del
escala, más altos que los suyos que ende eran ya venidos. […]
E los señores pusieron sus vanderas cada uno
en la torre que ganó a la parte de su combate. »
Ante esto, los antequeranos solicitaron una tregua de un mes para ver si
Yusuff III enviaba algún socorro, accediendo a ello Fernando, pero solo
concediendo catorce días, al cabo de los cuales, las tropas cristianas, ayudadas
por la escasez de víveres, armas y, sobre todo, de agua, que se padecía en la
ciudad, lograron el día dieciséis de septiembre penetrar en la alcazaba y la
ciudadela, conquistándola, quedando como único reducto el alcázar, que resistió
hasta el siguiente día veinticuatro, que capituló, quedando así Antequera para
el reino castellanoleonés, suponiendo esto un hecho de gran magnitud que
proporcionó fama, dinero y prestigio tanto al infante Fernando como a todos los
ricoshombres que costearon y participaron en la campaña, pero sobre todo a
Fernando, quien dos años más tarde se convertiría en rey de Aragón.
Dicha victoria tuvo su eco no solo en la Península, sino que traspasó
fronteras.
Las condiciones de la capitulación fueron pocas: los supervivientes del
asedio abandonaría Antequera con lo que pudieran llevar encima y sería
escoltados hasta Archidona, estimándose en alrededor de tres mil los que
dijeron adiós a la ciudad, quienes contaron con mil cien bestias de carga prestadas
por los cristianos para transportar lo poco que se llevaran hasta Archidona.
El cronista Alvar García dice que los que abandonaron Antequera fueron
dos mil quinientos treinta y ocho personas, repartidas de la siguiente manera:
- 895 hombres en edad de luchar,
- 770 mujeres
- 873 niños de ambos sexos,
pero no menciona a los viejos,
que sin duda más de uno debió de salir de la ciudad, dando como los resultados las
antes apuntadas alrededor de tres mil personas que abandonaron la ciudad.
Estos antiquiríes, una vez salidos de la ciudad fueron llevados a
una zona determinada, donde durante dos días pudieron vender cuanto no podían
llevarse, al cabo de los cuales, cargando en las bestias antes mencionadas lo
poco que se llevaron, partieron de Antequera camino de Archidona, desde donde
se dirigieron a Granada y otros puntos del reino nazarí o del resto de España.
Una vez en posesión de la ciudad y la alcazaba, se procedió a repartir
los inmuebles y a la conformación del gobierno de la ciudad, nombrando alcaide
y justicia mayor a Rodrigo de Narváez. Así mismo, se procedió a consagrar la
mezquita como iglesia, siendo “actor” en esta ceremonia el pendón de San
Isidoro
«Y en el primero día de otubre ordenó el
Infante de hacer bendecir la mezquita de los moros que dentro estaba del
castillo, y el Infante vino desde su real en procesión, viniendo a poner todos
los clérigos e frayles que en el real había, con las cruces e reliquias de su
capilla, llevando delante los pendones de la Cruzada e de Santiago e de Santo
Isidro de León, e la vandera de sus armas y el estandarte de su devisa. E iban
con el todos los grandes que en su hueste estaban, dando muy grandes gracias a
Nuestro Señor»
También se restauraron las murallas, se nombró una santa patrona, que fue Santa Eufemia, se le concedió a la villa un escudo de armas, que como era natural fueron el león y el castillo, al que al poco de ser nombrado Fernando rey de Aragón, se le añadió una jarra de azucenas símbolo de la orden hospitalaria que había refundado Fernando.
IHPMalagueñas
Málaga - 2025
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