jueves, 17 de julio de 2025

BREVISSIMA CRÓNICA DE LA CONQUISTA DE ANTEQUERA. 1410.

   Tras dejar el infante don Fernando más o menos solucionados su problemas en Castilla y León, entre ellos la seguridad del niño que sería el futuro Juan II y la consiguiente paz en el reino, dejar a sus hijos Sancho y Enrique como grandes maestres de las Órdenes de Alcántara y Santiago respectivamente y la boda de su hijo Alfonso con María, la hermana del rey niño Juan II y sobrina del propio Fernando, pudo Fernando acometer nuevas empresas en lo relativo a la guerra con Granada.

   A esta situación de dejar todo en orden, se unió el hecho de que el rey de Granada no pudo mantener y renovar la tregua que había entre ambos reinos, aunque lo había solicitado.

   Estos factores fueron suficientes para que se decidiese a reemprender las campañas militares contra Granada, con el fin de aumentar su prestigio y poder y dejar un reino más ancho al futuro rey Juan II, con lo cual, en febrero de 1410 partió de Valladolid con su mesnada, dirigiéndose primeramente a Córdoba, donde junto a sus generales preparó y puso en marcha la nueva campaña bélica.

   Estas reuniones determinaron que el objetivo principal era Antequera, una ciudad de gran importancia dentro del reino granadino, pues aparte de contar con una feraz vega solo comparable a la de la misma Granada, era un importante cruce de caminos que, entre otras cosas, ponía en comunicación la capital del reino con el importante puerto de Málaga, es decir, se trataba de una importante vía de comunicación comercial del reino nazarí y la toma de Antequera supondría un fuerte golpe para Granada.

   A mediados de abril, se le unió en Écija la mesnada sevillana acaudillada por Adelantado mayor de la frontera de Andalucía y Notario mayor de Andalucía Per Afán de Ribera el viejo, quien traía la espada de Fernando III, talismán castellano leonés en la lucha contra el moro, y ya todos juntos alcanzaron la ribera del río Yeguas, frontera entonces entre ambos reinos y allí los cristianos determinaron el orden de batalla:

   - la vanguardia al mando de Pedro Ponce de León, V señor de Marchena

   - las alas y la retaguardia las capitaneaban el condestable Ruy López Dávalos, el almirante Alfonso Enríquez y Gómez Manrique, adelantado de Castilla

   - el centro le conducía el infante, a quien acompañaba el obispo de Palencia, Sancho de Rojas, armado de todas armas como los demás campeones.

   El fracaso que tuvo en su intento tres años antes, de apoderarse de Setenil, hizo que los castellanoleoneses presentaran ante Antequera un ejército menos numeroso pero mucho mejor preparado, más eficaz y más operativo.    

   En total, se presentaron ante Antequera el veintisiete de abril un total de dos mil quinientos lanceros, diez mil peones y mil de a caballo -en esto, otras fuentes hablan de muchos más efectivos, llegando a cuadruplicarlo-, poniendo sitio a la plaza, sitio que se alargó hasta el veinticuatro de septiembre, que se tomó posesión de la plaza. Cinco largos meses en los que los antiquiríes vendieron cara su derrota.


La toma de Antequera. Óleo de Vicente Carducho. Museo del Prado. 141 x 407 cms.

   La parte granadina no estuvo ociosa. Mandó el emir -Yusuf III- predicar en las mezquitas la guerra santa y envió a sus hermanos Alí y Ahmet a Archidona con cinco mil de a caballo y ochenta mil peones, una cifra exagerada sin lugar a dudas, pero que hicieron flaquear la moral de la tropa, ante lo cual Fernando les soltó una arenga para levantar los ánimos y encender en ella la llama del ardor bélico. Según uno de los textos usados, dicha arenga fue así:

   «Camaradas, lo que a vosotros os llena de inquietud y temor, eso mismo me llena de alegría y esperanza. Esperanza en una victoria más rápida y más aplastante; también alegría, porque veo que no quedan ya restos de traidores en nuestras filas. El enemigo no tentaría la suerte de la guerra si tuviese esperanzas de que, como hizo en la campaña anterior, podría sobornar la voluntad de algunos. Me congratulo, pues, de vuestro valor, porque el enemigo no se atrevió a tentar vuestras voluntades … Soldados a los que yo elegí y que me atrevería a enviar a combatir contra el ejército de Ciro, o de Darío, o de Jerjes.

   «No tengáis miedo a esa tumultuosa tropa, alistada de entre los hombres más cobardes y turbulentos, una tropa que confía no en sus fuerzas o en la ciencia militar, desarmada en su mayoría, enviada no tanto para luchar cuanto para asustar, porque viene sin bagajes, sin intendencia, sin aparato bélico. Si conseguimos mantenerles tres días dentro del campamento, se disolverá y se verá obligada a regresar … Yo no creí oportuno reclutar muchos hombres, sino sólo a los fuertes y bien armados, aunque podía haber dispuesto de muchos más. Creedme, si ahora nos llegaran más refuerzos, en mi nombre y en el vuestro me atrevería a decir que su llegada me causa dolor e incluso los devolvería, pues ¿qué gloria obtiene un general y los que buscan ocupar su lugar, si no vencen valiéndose del arte militar y del valor, sino del número de soldados?

   No sólo os invito a una gloria mayor, sino incluso también a un botín más grande aún, pues, cuando los que vencen son pocos, todos obtienen beneficio.

   Ellos no van a tener ahora la suerte que tuvieron en Setenil, pues ¿qué tienen en común aquella campaña y ésta? En aquella estuvieron muchos que ahora no están y están otros muchos que entonces no estaban. Además, en Setenil hubo hambre, traición, cuantiosas naves en ambos bandos, pero ejército de tierra prácticamente nulo; en esta campaña hay comida de sobra, fidelidad entre los jefes y soldados, ausencia de naves en ambos bandos y un ejército de tierra.

   Tengamos confianza en el santo bajo cuyo estandarte combatiremos28. Os digo que nos vimos frustrados de tomar Setenil para que, probada nuestra constancia ante Dios y acrecentada la soberbia de ellos, los derrotaremos en guerra abierta … Deponed ese miedo indigno de vuestro valor; no penséis en otras cosas que no sean el valor, la gloria, la victoria, el botín y, ante todo, Dios»

   Sea como fuere, ambos ejércitos se encontraron frente a frente a primeros de mayo, iniciándose el combate el día seis, acometiendo los granadinos con gran empuje sobre la sierra de las Cabras o de la Rábita, donde se hallaba el obispo palentino con sus huestes, quienes reforzados por hombres del capitán Juan de Velasco, lograron contener y rechazar el embate granadino, ayudados, desde luego, por las trincheras y empalizadas que se habían hecho.

   Y aun a pesar de las arengas y ejemplo dados por Alí y Ahmet, los granadinos, faltos de la disciplina y formación militar necesaria, cedieron ante el empuje castellanoleonés, produciéndose una desbandada entre los moros en todas direcciones, siendo perseguidos , sobre todo, los que huían por el camino de Málaga y el de Cauche, mientras que el infante Fernando acometía con sus fuerza al campamento granadino situado en un lugar llamado Boca del Asno, a la vez que encomendaba al comendador mayor de León que ejerciera una férrea vigilancia sobre los antequeranos e impidiera a toda costa que realizaran salida alguna de la ciudad.

   La victoria castellanoleonesa fue total, pues según las crónicas quince mil granadinos entre muertos, heridos y prisioneros, amén de un cuantioso botín, fue el precio que pagó Granada para esta batalla y, además, Antequera quedaba cercada al mando de su firme y valiente caudillo, el último alcaide moro de Antequera, Al-karmen, quien antes que amilanarse ante la tremenda derrota sufrida por los suyos, se aprestó para ofrecer la más encarnizada defensa. Antequera caería, pero los cristianos sudarían sangre para lograr rendirla.

   Informan las fuentes consultadas que venidas la máquinas de asalto a mediados de mayo desde Sevilla a bordo de trescientas carretas -aunque con casi toda probabilidad fueron construidas en las proximidades de Antequera debido a lo dificultoso del transporte desde Sevilla y a las regulares condiciones de las “carreteras” de la época-, dio comienzo propiamente dicho el asedio.

   Se procuró en la medida de lo posible privar el acceso al agua a los antequeranos, a la vez que se aproximaban a las murallas las máquinas de guerra, aunque el acertado dispositivo levantado por  Al-karmen hizo que sus defensas destruyeran o inutilizaran, momentáneamente, esas máquinas y causaran estragos en sus operarios, ayudándose para ello de una gran bombarda emplazada en la torre del homenaje, que al final logró ser neutralizada gracias a los certeros disparos de un maestro artillero.

   El siguiente paso fue cegar el foso, o las partes necesarias, que rodeaba la alcazaba y el día que se dio el asalto a las bastidas, hombres y máquinas, salió Al-karmen con una tropa, logrando desbaratar los esfuerzos cristianos y causar un gran daño entre ellos a la vez que incendiaba cuantas máquinas de asalto pudo.

   Tras esto, se dieron varios intentos de asalto, pero todos con la suerte adversa para los castellanoleoneses, dedicándose entonces a realizar incursiones por tierras de moros enfrentándose a las tropas granadinas que acudían a intentar levantar el bloqueo, habiendo un permanente combate entre ambas partes por tierras de Málaga y de Jaén, derrotándoles las más de las veces, mientras se mantenía el sitio a la ciudad, a la vez que se acabó de rodear con un muro la alcazaba, bloqueando así los caminos de acceso a ella.

   Ante esta situación, que en realidad no estaba siendo favorable a los granadinos, envió el emir un embajador con la misión de convencer a Fernando para que cesase en su asedio y se aviniese a concertar una tregua de un par de años, pero después de tanto tiempo, recursos y hombres empleados en la empresa, propuso el infante que si el emir quería la paz debía atender a sus condiciones, las cuales eran:

- declararse el emir vasallo del rey de Castilla,

- pagar las parias que acostumbraron a hacer sus antecesores en el trono granadino y

- liberar a todos los cristianos que se hallaban cautivos en cualquier parte del reino granadino.

   Estas condiciones resultaron poco menos que insultantes para el embajador, de nombre Zaide Alamín, quien a no ver cumplido su propósito, intentó sobornar a gente del campo cristiano para que prendieran fuego a la ciudad, pero el complot fue descubierto y los implicados detenidos y ajusticiados.

   Pasaba el tiempo y en estas llegó la noticia de que Yusuf III había levantado un ejército para enviar en socorro de Antequera, ante lo cual Fernando solicitó urgentemente armas y soldados a numerosas ciudades de la Andalucía cristiana, así como dinero para sostener el esfuerzo económico de la campaña, lo que consiguió, así como de privar definitivamente de agua a la plaza, aunque no obstante esto, los soldados empezaban a notar ya las fatigas de la guerra y de lo nocivo de un asedio en la moral de la tropa, por lo cual, para levantar esa moral e imprimir un carácter más sagrado a la empresa, solicitó que se trajera al campo cristiano el pendón de San Isidoro -también llamado de Baeza-, acompañado por soldados.

   Sobre esto, la Crónica de Juan II dice que

   «Los reyes de Castilla quando yvan a aver la pelea con los moros, o entravan por sus cuerpos en su tierra, llevavan siempre consigo el pendón de Sant Esidro de León, aviendo muy grande deboción en él. E por ende el Infante, como hera muy noble e muy católico, avíendo en él muy grande deuoción, enbió mandar a León que le troxiesen el dicho pendón.

   E llegó el dicho pendón al real en diez días de setienbre, e traíalo vn monje. E hera ya tarde quando vino; e bien pluguiera al Infante que obiera venido antes. E mandólo salir a recauir, e entró aconpañado de gente de armas. E el Infante plugo mucho con él, por la grande deboción que avía en él»

Nota: hay autores que piensan que este pendón fue elaborado poco antes de este hecho, con el objetivo de usarlo precisamente en esta campaña.

   Tuvo su efecto la llegada de dicho pendón, pues pocos días después se reanudaron los esfuerzos de asedio y ataque, tomando una de las torres de la muralla, de donde echaron a los defensores, suponiendo el principio del fin de Antequera.

   La Crónica de Juan II sobre esto, dice

   «E pelearon de tal manera que echaron los moros fuera de la torre; e las primeras vanderas que en la torre subieron fueron las de Garcifernández Manrique, e de Carlos de Arellano, e de Álvaro Camarero, e de Peralonso d’Escalante. Y el Infante mandó luego embiar por los pendones del Apóstol Santiago, e por el pendón de Santo Isidro de León, e por los pendones de Sevilla e de Córdova, e mandolos poner encima de la torre del escala, más altos que los suyos que ende eran ya venidos. […]

   E los señores pusieron sus vanderas cada uno en la torre que ganó a la parte de su combate. »

   Ante esto, los antequeranos solicitaron una tregua de un mes para ver si Yusuff III enviaba algún socorro, accediendo a ello Fernando, pero solo concediendo catorce días, al cabo de los cuales, las tropas cristianas, ayudadas por la escasez de víveres, armas y, sobre todo, de agua, que se padecía en la ciudad, lograron el día dieciséis de septiembre penetrar en la alcazaba y la ciudadela, conquistándola, quedando como único reducto el alcázar, que resistió hasta el siguiente día veinticuatro, que capituló, quedando así Antequera para el reino castellanoleonés, suponiendo esto un hecho de gran magnitud que proporcionó fama, dinero y prestigio tanto al infante Fernando como a todos los ricoshombres que costearon y participaron en la campaña, pero sobre todo a Fernando, quien dos años más tarde se convertiría en rey de Aragón.

   Dicha victoria tuvo su eco no solo en la Península, sino que traspasó fronteras.

 


Pendón de San Isidoro.

   Las condiciones de la capitulación fueron pocas: los supervivientes del asedio abandonaría Antequera con lo que pudieran llevar encima y sería escoltados hasta Archidona, estimándose en alrededor de tres mil los que dijeron adiós a la ciudad, quienes contaron con mil cien bestias de carga prestadas por los cristianos para transportar lo poco que se llevaran hasta Archidona.

   El cronista Alvar García dice que los que abandonaron Antequera fueron dos mil quinientos treinta y ocho personas, repartidas de la siguiente manera:

- 895 hombres en edad de luchar,

- 770 mujeres

- 873 niños de ambos sexos,

pero no menciona a los viejos, que sin duda más de uno debió de salir de la ciudad, dando como los resultados las antes apuntadas alrededor de tres mil personas que abandonaron la ciudad.

   Estos antiquiríes, una vez salidos de la ciudad fueron llevados a una zona determinada, donde durante dos días pudieron vender cuanto no podían llevarse, al cabo de los cuales, cargando en las bestias antes mencionadas lo poco que se llevaron, partieron de Antequera camino de Archidona, desde donde se dirigieron a Granada y otros puntos del reino nazarí o del resto de España.

   Una vez en posesión de la ciudad y la alcazaba, se procedió a repartir los inmuebles y a la conformación del gobierno de la ciudad, nombrando alcaide y justicia mayor a Rodrigo de Narváez. Así mismo, se procedió a consagrar la mezquita como iglesia, siendo “actor” en esta ceremonia el pendón de San Isidoro

   «Y en el primero día de otubre ordenó el Infante de hacer bendecir la mezquita de los moros que dentro estaba del castillo, y el Infante vino desde su real en procesión, viniendo a poner todos los clérigos e frayles que en el real había, con las cruces e reliquias de su capilla, llevando delante los pendones de la Cruzada e de Santiago e de Santo Isidro de León, e la vandera de sus armas y el estandarte de su devisa. E iban con el todos los grandes que en su hueste estaban, dando muy grandes gracias a Nuestro Señor»

   También se restauraron las murallas, se nombró una santa patrona, que fue Santa Eufemia, se le concedió a la villa un escudo de armas, que como era natural fueron el león y el castillo, al que al poco de ser nombrado Fernando rey de Aragón, se le añadió una jarra de azucenas símbolo de la orden hospitalaria que había refundado Fernando. 


Monumento a los antaquiríes. Plaza del Carmen, junto a la muralla. Antequera.

IHPMalagueñas

Málaga - 2025

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