jueves, 13 de diciembre de 2018

LA PLAZA DE SAN PEDRO DE ALCÁNTARA, DE MÁLAGA.

   Desde 1837 a nuestros días, el solar que queda de lo que fue el antiguo convento de San Pedro de Alcántara ha visto desfilar por su suelo un mercado de abastos, marisquerías legendarias -Alaska-, librerías de renombre -Librería Ágora-, anticuarios -El Martinete-, tiendas de cacharrerías, médicos cirujanos, algún sastre, representaciones musicales, exposición de productos artesanales. Ha visto, incluso, orines, abandono, suciedad, drogadictos, etc.

   En el espacio que ocupa esta plaza, se levantó en 1689 un convento masculino de Franciscanos Menores Descalzos, que llegó a tener grandes dimensiones, y que por la Orden de once de octubre de 1835 que  llevó a la práctica la supresión y exclaustración monacales ordenada por Juan Álvarez Mendizábal, se cerró y se procedió a su demolición en 1837 y los terrenos resultantes vendidos.

   En noviembre de 1836 se elabora el expediente de enajenación de los terrenos que comprenden la Plaza del convento de San Pedro Alcántara, realizado por el arquitecto municipal Rafael Mitjana y en febrero del año siguiente, tras comenzar las obras de derribo del convento, se elabora el expediente por el cual se regula la venta de los materiales resultantes del derribo.

   Posteriormente, la Sociedad Larios Hermanos y Cia. compró parte de los terrenos y en junio de 1851 se presenta el proyecto para la edificación dos grandes edificios, separados por una calle estrecha que en un primer momento se llamó de Larios, pero que después pasó a llamarse Alcántara. Estos dos edificios fueron diseñados por el arquitecto Diego Clavero y el proyecto y obras fueron supervisados por el arquitecto municipal Rafael Mitjana y su lateral norte se asomaba a la plaza.

   Para el año de 1866, sabemos que en la plaza, que ya se llamaba plaza o plazuela de San Pedro de Alcántara, se había establecido un mercado en el que tenían asiento los panaderos de Alhaurín, junto a puestos de legumbres, hortalizas y otros. Quizás, este mercado al aire libre fuera complementario al que en la vecina Puerta de San Buenaventura había frutas, legumbres, carnes, tahonas, etc. En este año de 1866, vivían ya en la plaza 365 vecinos.

   Dicho mercado permaneció en el tiempo, pues en 1888 ya aparece como un mercado formal bajo dos tinglados bajo el que se colocaban los puestos y que, al parecer, hacia 187o, constaba de unas columnas de hierro forjado con filigranas y con el techo de zinc y lonas de colores  y en 1914 fue sustituido por uno de obra bastante más sólida, obra de Manuel Rivera Vera, siguiendo la misma idea del que había de dos tinglados. Dicho nuevo mercado, pervivió hasta 1940, que se desmanteló, haciéndose en su lugar una plaza con cuatro árboles y un quiosko.

   Posteriormente, a la plaza se le añadieron algunos elementos, como una fuente, que fue reemplazada por un surtidor o fuente para que los viandantes pudieran beber. Otro elemento que se añadió, fue un banco de piedra circular, cuya parte superior se rellenó de tierra y donde se plantaron algunas plantas


Vista del mercado. Anterior a 1940. (Archivo Municipal de Málaga)
   

Imagen de la plaza ya remodelada. 1960 (Archivo Municipal de Málaga)


   Y en estas condiciones vio pasar los años, aunque degradándose imperceptible pero continuadamente. En el transcurso de estos años devino en un lugar sucio e inseguro, junto con la vecina calle del Muro de San Julián, siendo punto de encuentro de drogadictos.

   Finalmente y como consecuencia de la presión vecinal, que tomó la plaza y su entorno para la realización de actividades de tipo cultural, el Ayuntamiento procedió a su remodelación, la cual supuso la tala de tres de los cuatro árboles, dejándola más diáfana, y la colocación en el centro de un busto en recuerdo y homenaje a Roberto González Vázquez, Rockberto, inolvidable cantante y guitarrista malagueño del grupo Tabletom, parroquianos de esta plaza donde pasaron muchas horas de su vida y testigos y protagonistas de la movida malagueña.


Busto de Rockberto. Foto de los autores. Enero de 2018.

   A pesar de la decadencia en la que entró la plaza, en uno de sus locales, como se dijo al principio, se instaló la Librería Ágora, referente cultural en Málaga y editorial, que pervivió hasta finales de los años noventa, cerrando definitivamente sus puertas. Podemos estar equivocados, pero creemos que esta librería tuvo dos ubicaciones en la plaza. Una en el local que hacía esquina con la calle de Carretería y, antes o después, en la fachada del edifico Larios que miraba a la plaza. Pero no lo podemos asegurar.


Librería Ágora. 1986. (Foto Archivo Municipal de Málaga)

   Como curiosidad, y aunque excede al objeto de este trabajo, citaré algunos de los libros editados por esta librería malagueña:

   - Antología del mar. Guillén, Jorge. Editado en 1981.

   - El pluricosmos. Domínguez Montes, Juan. Editado en 1983.

   - Poesía española contemporánea. Editado en 1983.

   - Poesía contemporánea. Edición de Francisco Abad. Editado en 1983.

   - Jugar y aprender. Método de iniciación al piano. Claros García, Rosario. Editado en 1983

   - Historia de España analizada a través de los textos. Editada en 1987.

   - Sobre los andaluces. Cazorla Pérez, José. Editado en 1990.

   - Sobre conectores, expletivos y muletillas en el español hablado. Cortés Rodríguez, Luis. Editado en 1991. Como curiosidad, decir que esta obra se vende en Amazón por 349 euros.

   - Sintaxis y semántica de Como. Moreno Ayora, Antonio. Editado en 1991.

   - Sociología de la transición andaluza. Santos López, José María de los. Editado en 1991.

   - El camino de la razón poética. Gómez Cambres, Gregorio. Editado en 1992.

   - Andalucía, identidad y cultura: estudios de antropología andaluza. Moreno Navarro, Isidoro. Editado en 1993.

   - La mirada griega: (exégesis sobre la idea de extravío trágico) Crespeillo, Manuel. Editada en 1994.

   - Málaga, ciudad de Al-Andalus. Calero Secall, María Isabel y Martínez Enamorado, Virgilio. Editado en 1995.

   - El medio rural en Andalucía. Parejo Delgado, Carlos. Editado en 1995.

   - Vida cotidiana en Málaga a fines del XIX. Albuera Guirnaldos, Antonio. Editado en 1998.      

   - La aurora de la razón poética. Gómez Cambres, Gregorio y Zambrano, María. Editado en 2000
   
    También mencionamos más arriba, la marisquería Alaska, instalada desde desde 1953 en la plaza y que hacía esquina con el Muro de San Julián y que tras haber vivido tiempos más gloriosos cerró sus puertas con más pena que la gloria que tuvo. Eran típicos sus moscateles con sifón, mojama de pintarroja, camarones, caracolas troceadas, "invasores, búsanos, su cartel de "PROHIBIDO EL CANTE", ...

   Al parecer, hubo que desahuciar a los inquilinos del edificio por defectos en los pilares maestros y había riesgo de hundimiento, incluyéndose en el deshaucio la marisquería.  


Foto de los años ochenta. Obtenida en Facebook, grupo Historia de Málaga.


Marisquería Alaska, a la derecha. Años cincuenta. (Archivo Municipal de Málaga)

   Otro de los establecimientos que hubo en la plaza, y del cual solo queda el local cerrado, es la tienda Antigüedades El Martinete. Según hemos oído, en ese mismo local hubo una funeraria y cuando esta cerró se puso una tienda de electrodomésticos, y tras su cierre se instaló el anticuario. 

   Como curiosidad relativa a este anticuario, decir que fue el último destino de cinco piezas de bronce, entre las cuales iban un reloj francés y una escribanía, que habían pertenecido al pintor José Moreno Carbonero.

   Dichos bronces recalaron en El Martinete después de haber pasado primero por la Librería Rivas, en la calle del Marqués de Larios, donde fueron comprados por un anticuario, quien los conservó hasta finales de los años sesenta, tras los cuales, dichos bronces terminaron sus días en El Martinete, donde permanecieron, al menos, hasta un año después del óbito de su dueño, Juan Luis Muñoz Abad.


Imagen de la plaza en 1986 (Archivo Municipal de Málaga)

   El local cerrado del Anticuario El Martinete ocupa una de las esquinas de la plaza y un bar restaurante la otra esquina, ambas dan a la calle de Carretería.

   Como anécdota ocurrida en esta plaza, mencionar que en la Semana Santa del año de 1904, el Cristo de Cabrilla efectuó la última salida procesional de su historia. Durante el recorrido por la calle de Carretería, a la altura de la plaza de San Pedro de Alcántara, el Cristo fue apedreado.

   De hecho, esta cofradía fue la única que salió a la calle ese año, debido al fuerte sentimiento anticlerical reinante en la ciudad. Alguna fuente dice que su última salida fue en 1905. En cualquier caso, la cofradía desapareció en 1910 y el Cristo fue presa de las llamas cuando la quema de iglesias y conventos de 1931.

   La cofradía se llamaba Hermandad del Santo Cristo de Cabrilla o Cabrillas, sus penitentes vestían túnicas y capirotes morados y su andadura la comenzó en el primer tercio del siglo XVII en el convento de Santo Domingo de Guzmán.  

   De este Cristo se decía que le crecían las uñas y el cabello y que había que cortárselos.

   Como penúltima cosa, mencionar tres elementos presentes en la plaza:

   El primero de ellos es un rótulo con el nombre de la plaza, del que desconocemos cuando pudo haberse puesto, pero que es probable lo fuera a partir de 1866. Se halla situado en el edificio en ruinas que forma la esquina suroeste de la plaza con la calle del Muro de San Julián


Foto de los autores. 12-2018

   El segundo elemento es un azulejo representando a San Pedro de Alcántara flanqueado por dos faroles, uno a cada lado. Se halla en la fachada oeste de la plaza.


Foto de los autores. 12-2018

   El tercer elemento a mencionar, es una placa puesta hace pocos años en recuerdo del arquitecto José Martín de Aldehuela, quien fue enterrado en la iglesia del convento de San Pedro de Alcántara. Esta placa está situada en la esquina noreste que forman la plaza con la calle de Carretería. 

   Martín de Aldehuela fue el autor del Puente Nuevo de Ronda y del Acueducto de San Telmo, ese monumento que se está perdiendo por la desidia de los malagueños y las autoridades

   Y ya, para cerrar este breve "biografía" de la plaza de San Pedro de Alcántara, transcirbir un texto escrito por Manuel Blasco Alarcón, primo segundo del pintor Pablo Ruiz Picasso, quien nos dejó este bello y expresivo cuadro de la plaza, que conocía por vivir cerca de ella. Es un poco largo, pero merece la pena leerlo por la fuerza de la expresividad y la capacidad de recrear en nuestra mente como era la plaza en su niñez: 

    "... A orillas de la calle Carretería, entre la plaza del Teatro y el Muro de San Julián, se abre el recinto cuadrado de la plazuela de San Pedro Alcántara. Ocupaba el centro de la plazuela un mercado de columnas y filigranas de hierro colado con techo de zinc y lonas de colores. Mercado burgués, con buenos puestos de pollería, carnes de primera, sesos y criadillas; tablas de pescado con el sabroso mero, el atún, la lubina, la merluza mediana, recién pescada en las costas de Motril, o el rojizo salmonete. En dorados cenachos, "como la prata", los ricos boqueroncillos victorianos para enmanojarlos o el diminuto chanquete, espuma y esencia del Mediterráneo, regalo tan sólo de las playas del Palo y la Malagueta. Las hortalizas, las frutas con gotas de rocío y la tierna verdura, daban su nota de colorido y frescor. Lo hubiera pintado Brueghel bajo un cielo de azul brillante.

   Entonces abundaba la pesca, no estaban esquilmadas las playas y eran muchos los que iban con su arte a la despensa del mar. La jábega con el copo, la traíña, las parejas y la pesca de bajura, abastecían el mercado y cuando venía la jurelá, era tal la cantidad de pescado, que rompían las redes. El kilo corrido se vendía a quince céntimos, terminaba regalándose a las mujeres y papelones de jureles se tiraban en la plazuela. Los "guindillas" perseguían a las personas que los arrojaban.

   Otras veces era el paso del atún hacia el estrecho y grandes bandadas se acercaban a nuestras playas, haciendo el agosto de pescadores y clientes. Ni el marrajo, ni la abalcora, ni el pez espada, eran pescados comestibles, ni aún en los barrios. En cambio allí se comía el pulpo, la pintarroja y la raya. Por eso aquello de la mujer que se quejaba por llevar siete días comiendo arroz con raya y cuando otra vecina le dijo para consolarla, "pues no es mala comida", contestó la pobre: "No, la raya es la que me pone en el canuto del fiado, el dueño del Ultramarinos"

   Un puesto clásico era el de los Soldaditos de Pavía, especie de tortilla de harina con perejil y un buen trozo de bacalao, que se comían recién sacados de la sartén. No he podido averiguar por qué aquellas frituras se llamaban así, si era porque las comieron Carlos V con sus soldados durante la batalla de Pavía o fueron los guardias del General Pavía, los que se las engulleron después de disolver el congreso. El marqués de Novaliche, también llamado Pavía, gran amigo mío, ese seguro que nunca comió frituras de bacalao, pues padecía de úlcera; por cierto que un día en plena partida me dijo; "Manuel, solo jugando al póker me olvido de la úlcera" y siguió el envite.

   Las mujeres con sus canastos, su delantal de crudillo y sus comadreos, vivían a gusto las horas mañaneras del mercado.

   En una esquina, en el Ultramarinos y tocinería de "El Cejas", porque las suyas parecían dos cepillos de betunero, se anunciaban las morcillas de lustre, el añejo para el puchero y las buenas pringues. En la puerta un hombrecillo con sombrero de ala ancha y faja, voceaba su pregón, "aceitunas sevillanas, están buenas de comer"; mientras se bailaba las sevillanas.

   En la otra esquina, la churrería daba un tufo de aceitazo y las mujeres, mientras esperaban la porra del tejeringo, mataban el gusanillo con la copita de aguardiente. Más allá, con cacharros en la acera, la tienda de Lola de los platos, tienda, agencia de colocaciones y chismorreo de la calle.

   Daba carácter a la plazuela la tienducha de Paco el baratillero. El género lo sacaba a la puerta: palanganeros, sillas de Vitoria, jarrones, baratijas, cachivaches y un gran tablero con libros y estampas. En las profundidades de su tienda, estrecha, oscura y muy larga, había maravillas para mi curiosidad de niño y objetos que me causaban miedo: un pájaro con su plumaje verdadero que cantaba y movía la cola dentro de su fanal, viejas caretas, muñecas sin brazos, litografías con hadas casi en cueros, bichos disecados, sables y trabucos, una corona de latón y piedras de colores y multitud de cacharros.

   Dada la proximidad de nuestra casa, mi padre era un visitante asiduo y uno de sus mejores clientes. Algunas veces compró objetos curiosos, incluso un gran sonerí  y jarrones de estilo, pero su especialidad eran los libros y Paco, en cuanto lo veía llegar, le anunciaba las novedades. Para él, cuando una obra tenía seis o siete tomos, era un diccionario. "Don Juan, he comprado un diccionario de los buenos", eran las obras de Jovellanos en siete tomos. El trato era lo más interesante y rápido:

"- ¿ Cuánto vale ?

- D. Juan, esto es muy bueno, déme usted cuarenta reales

- Te daré un duro

- Bueno, D. Juan, lo que usted quiera, se lo llevaré a su casa."

   Téngase en cuenta, que si pasaban unos días sin vender los libros, se los cambiaba a la vecina por copas de aguardiente y tejeringos y ésta los utilizaba para liar los churros. Un día Paco llamó a mi padre con mucho misterio, porque había comprado "el diccionario del gafas", eran las obras de D. Francisco de Quevedo y Villegas en diez tomos, encuadernados en piel española y editado por Sancha en el XVIII.

   En la casa del frente, abierto el portal, daba su olor dulzón y criollo la fábrica de chocolate, émulo taller artesano del célebre "Matías López", el de los flacos y los gordos. En la acera, como moscas, esperaban los chiquillos por si les echaban, "a caio", algún trozo de soconusco averiado. La muestra pintada sobre rojo, representaba una gran chocolatera con su molinillo.

   En el piso sobre la fábrica toda una familia de músicos muy conocidos Fermín Pérez, su padre y su hermana, llenaban el aire de notas, acordes y arpegios, sobre el garrulo griterío del mercadillo.

   A la plazuela concurrían con su pintoresquismo, mendigos, ociosos y tipos raros.

Allí en un poyete se sentaba "Corruco", un viejo mofletudo, grasiento, pelirrojo y ciego, que conocía a las personas al tacto o por la voz, aunque éstas por broma la desfigurasen.

   El "Niño Dios", un "chalao", un hombretón que recitaba versículos del Evangelio, decía ser Dios recién nacido y aunque era analfabeto, sumaba a la memoria cantidades de cuatro y cinco cifras.

   "El Piyayo", el gitano renegrío de José Carlos de Luna, cuando iba con su guitarrilla de paso para la calle de los Negros, se tomaba una copita en la churrería y como pago, se echaba un bailecito y su canturreo.

   Don Salvador el Cartujo, un viejo bondadoso, con barba blanca y su gran Cruz de Caravaca colgada del cuello, decía haber sido fraile y otros aseguraban que procedía del penal de Cartagena.

   Pero el más original de todos, el que más lástima daba y más limosnas recogía era el "Azogaíto". Hombre relativamente joven, lo llevaba su mujer cogido por un sobaco y como un pelele, movía su cuerpo sin cesar, con terribles contorsiones, sin parar un momento, baile de San Vito, hoy diríamos sicodélico, con corriente y calambres eléctricos sin interrupciones, algo impresionante. La mujer canturreaba "Víctima de las minas de Almadén, el Azogaíto que no descansa ni de noche, ni de día".

   Daba compasión y llovían las limosnas, pero a un guardia municipal, hombre de mala uva, con instintos de Sherlock Holmes, le extrañó que siempre iba pulcramente lavado y afeitado y un día se dedicó a seguirlo, entró por el Mundo Nuevo, miró con recelo hacia atrás y de sopetón se metió en una barbería, se soltó de la mujer, se arregló la blusa y tirándose en una silla para reposar tranquilo, comentó: "No hay como el azogue, para comer caliente". Aquel día, gracias al mal ángel del guardia, se le acabó el comedero.

   Allá por el año 1905 o 1906 (yo voy con el siglo y los tranvías de mulas desaparecieron en 1907) salía con mi hermana bien cogidos de las muñecas por María mi niñera, a ver enganchar un mulo pericón, al tranvía de mulas. Para subir la cuesta de Puerta Buenaventura, el cobrador cambiaba la aguja de la vía y ayudaba al pericón. Yo, rabiaba por montarme en el tranvía, pero mi niñera, sin soltarnos de la mano, decía que aquello era peligroso y podía desbaratarse...."  


Plaza de San Pedro Alcántara. Manuel Blasco Alarcón.

NOTA:
  
- Lo relativo a los cinco bronces de Moreno Carbonero ha sido extraído de la página:  http://miscelaneaspintura19.blogspot.com/

IHPMalagueñas
Málaga - 2018

1 comentario:

  1. ¡Saludos! ¿Teneis información de en donde se encuentra la pintura de Plaza de San Pedro Alcántara de Don Manuel Blasco Alarcón

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