Artículo aportado por nuestro colaborador
Francisco José Lapeira
Esto que a continuación sigue es la transcripción literal de un artículo aparecido en Nueva Revista Comarcal Ilustrada, de febrero de 1934 , en su página 10. Se trata de una revista editada en la ciudad de Antequera y quien lo escribió fue Narciso Díaz de Escovar.
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La
triste celebridad alcanzada por José María, Diego Corrientes, Zamarrilla,
Becerra, los Naranjos y otros seres, baldón de nuestra sociedad, no alcanzó en
grado tan superlativo al criminal Jordán, que, no obstante, tenía sobrados
méritos para ello. Hubo una época en que fué terror de la provincia de Málaga y
aunque ni novelas, ni terroríficos dramas, nos lo recuerden, en papeles de
aquella época hay datos para reconstituir en parte su triste historia.
Nació
en la villa de Archidona hacia el año 1815, siendo hijo de padres de probada
nobleza y honradez, estando emparentado con distinguidas familias granadinas.
Su padre se distinguió siempre por sus ideas absolutistas, hasta el punto de
que por ellas consumió toda su fortuna, nada despreciable, sufriendo
persecuciones y embargos.
Llegó
la guerra civil, a la muerte de Fernando VII, y aunque las tendencias de
Nicolás Jordán no iban por igual lado que la de su padre, en su instinto
aventurero acató la indicación que aquél le hizo de lanzarse a la guerra,
uniéndose a la vez que otro hermano suyo a las fuerzas que mandaba el general
Avilés. Allí se dió a conocer por sus
deseos sanguinarios y por el poco respeto a sus jefes, lo que le valió arrestos
y reprensiones.
Volvió
a la villa de Archidona en 1838, no dejando sus estudios, en los que fué
compañero de personas que luego ocuparon altos puestos en la política y en las
letras. Como la familia de Jordán había quedado en la pobreza, acordaron
trasladarse a la ciudad de Antequera, donde tenían protectores y parientes que
les ofrecieron ayuda.
Ya
por entonces el carácter pendenciero y provocador de Nicolás se notó
frecuentemente, dando lugar a reyertas, violentas discusiones y amenazas. Logró
imponerse en garitos y lupanares, y, como no carecía de cultura ni de talento,
era temido por todos, valiéndose de su ingenio para obtener préstamos y vivir
en la holganza y en continua orgía.
Una
noche provocó en un café a varios oficiales de Caballería. Luchó con todos
ellos, y como, además del escándalo, resultaron algunos heridos, se marchó de
Antequera, recorriendo varios pueblos con nombre fingido. Deseoso de continuar su vida de aventuras,
sentó plaza en el ejército de la Reina Gobernadora y pidió ir a América,
estando algún tiempo en la Isla de Cuba.
Se
presentó de nuevo en Antequera hacia el año 1848, y allí pudo decirse que
empezó su vida criminal, reuniéndose con gente de escasa instrucción que le
oían como oráculo y obedecían sus planes. Intervino y dirigió algunos
secuestros, y aunque no todos se le pudieron probar, pues preparaba muy
discretamente las coartadas, la Audiencia de Granada le condenó a ocho años de
reclusión, que debía cumplir en aquel presidio.
En
1854, de acuerdo con el capataz de brigada y mediante una habilísima
combinación, huyeron del presidio y ambos se dirigieron a los campos y sierras
de Archidona, que Jordán conocía muy bien. Tuvo disgustos con el capataz, y
éste proyectó deshacerse de aquel enemigo, que consideraba importante y con el
que no se atrevía a luchar frente a frente. Acechó una noche en que Nicolás
estaba dormido, y le arrojó una piedra enorme; pero, resbalando ésta, sólo le
ocasionó varias lesiones y la fractura de una pierna, que le causó estar cojo
el resto de su vida.
Con
dificultad, pero valiéndose de no pocos ardides, llegó a Antcquera, donde le
protegía una hermosísima dama que tenía con él amores. En la casa de ésta se
ocultó hasta curarse de las heridas, y, meses después, salió para Sevilla unido
al famoso capitán de bandidos Cedacero, y otros de su jaez.
Usando
de curiosos disfraces vivía en la ciudad de la Giralda, centro de sus
fechorías, cuando una tarde dió en manos de unos policías que le sorprendieron,
sin poder defenderse. Lleváronlo a la cárcel, cuando de pronto dió un golpe a
uno de ellos y echó la capa sobre la cabeza del otro, envolviéndolo con ella,
mientras que, aprovechando los minutos, trataba de perderse de vista. Pero como
la cojera le dificultaba, pronto vió detrás un pelotón de guardias que le iban
a dar alcance. Avanzó a la muralla del río y dió con su cuerpo en el
Guadalquivir, nadando admirablemente; pero fué todo en vano, pues cercado de
lanchas lograron extraerle de las aguas y con todo género de precauciones se
vió conducido a la cárcel.
En
Archidona se le tramitaba otro proceso grave, hasta el punto de que se jugaba
en el mismo la cabeza; pero no faltaron a su favor las influencias de algún
antiguo condiscípulo suyo, siendo la sentencia de cadena perpetua, y no de
muerte, como se creía.
A
sufrir la condena se le trasladó a Ceuta, pero un día se disfrazó de vieja
pordiosera y no sólo consiguió evadirse de la prisión, sino que se embarcó y
vino a España, estando oculto algunos meses en el campo de Gibraltar y después
en Málaga. Aunque en su escondite era socorrido y no le faltaban ni alimentos,
ni ropas, ni dinero, Jordán no se conformaba a vivir sin sol y sin mucho aire;
así es que un día se presentó en la campiña de Antequera, llamando a sus
compañeros de presidio y de crímenes.
Organizó
una partida, que le nombró por capitán, y entonces empezó una serie de robos,
secuestros y violencias en que dejó pequeños a los bandidos más célebres. En
Campillos, en Archidona, en Antequera, en Cañete y en otros pueblos de las
provincias de Málaga, Córdoba y Sevilla, se notaron sus efectos. Entre los
secuestros que realizó fué uno de los más audaces el que llevó a cabo en la
persona del diputado a Cortes don José Sánchez Lafuente y Casamayor, el más
rico hacendado de Archidona.
Había
sido éste compañero de juegos de la infancia de Jordán; después, condiscípulo
suyo en los años de estudios, y alguna vez, en sus primeras calaveradas, y no
le negó su compasión, ni su influencia. Con frecuencia le enviaba a pedir
dinero y hasta varias veces se presentó en los cortijos del señor Lafuente,
conversando con éste. Como sospechara de que ya no le miraba con ojos
protectores y hasta supusiese que podía tener empeño en su captura, se propuso
secuestrarlo.
Una
tarde, don José Lafuente salió del pueblo con el alcalde señor Ciézar. A poca
distancia se les presentó Jordán a caballo, y le dijo:
—Pepe,
tengo que hablarte.
El
señor Lafuente le respondió:
—¿Qué
es lo que quieres? ¿Vienes a pedirme dinero?
—No;
ahora vengo por ti.
Y
dirigiéndose al alcalde añadió:
—Usted,
don Antonio, se vuelve al pueblo; pero como dé una voz o envíe a los civiles,
cuente a éste por muerto.
Se
acercaron varios bandidos y, vendados los ojos, subieron sobre una caballería
al señor Lafuente, trasladándolo, favorecidos por la noche, a una cueva del
Torcal.
La
historia de este cautiverio fué horrible. No hubo martirio que el secuestrado
no sufriese, gozando Jordán en torturar física y moralmente a su antiguo
compañero. No recordamos bien si éste pudo escapar, o si fué recuperado por la
Guardia civil.
Desde
que don José Sánchez Lafucnte se vió libre, la persecución contra Jordán fué
constante. En el mes de Abril de 1867, el juez de Antequera don Pedro Sánchez
Mora tuvo una confidencia de que Jordán solía venir a la casa de una joven
antequerana que le favorecía. El día 22 del dicho mes supo que estaba allí, y
preparó la captura.
He aquí cómo la detalló el periódico «El Eco de Antequera»
en un suplemento que publicó el día 23:
«A la una y
media de la tarde del día de ayer, ha sido muerto el célebre bandido Nicolás
Jordán, hallándose en una casa de la calle de Palomo de esta ciudad.
Tan
eminente servicio se debe al celo del señor don Pedro Sánchez Mora, juez de
primera instancia de este partido, cuyo digno funcionario, a riesgo de su vida,
ha demostrado su decisión por el exacto cumplimiento de los delicados deberes
que la sociedad confía a la judicatura.
Antequera,
que se ve libre hoy de un malhechor que aterraba no sólo a la provincia de
Málaga sino todas las de Andalucía, sabrá agradecer el importantísimo beneficio
que se le ha dispensado.
Aunque
se instruyen diligencias sumarias sobre ello, podemos dar a nuestros lectores
algunos detalles de tan memorable acontecimiento.
Tiempo
hacía que el referido señor juez trabajaba por la captura del bandido Jordán.
En el día de ayer parece tuvo la última confidencia, por la cual supo que el
criminal se había refugiado en una casa de la calle de Palomo. Inmediatamente
se dirigió al cuartel de la Guardia civil para que se le prestaran los auxilios
necesarios.
El
jefe de la línea, señor don Francisco García, con el celo que le distingue, se
puso a las órdenes del juez y con catorce individuos de la fuerza se dirigieron
a la indicada calle. Esta fué tomada por diferentes puntos, en cuya operación
prestaron también oportunos servicios el escribano don Juan Antonio Betes, que
autorizaba el acto, y don Antonio Somosierra.
Fué
registrada la casa y encontrado Jordán en el hueco de pared formado en el piso
alto de ella y profundizado hasta abajo. Desde allí dirigió multitud de
disparos a cuantos se aproximaban y por fortuna no hicieron daño alguno, hasta
que habiéndose asomado con el retaco en la mano para disparar de nuevo, la
guardia hizo una descarga de la cual cayó herido.
En
este acto llegó el señor alcalde-corregidor, que en el momento que tuvo aviso
del suceso se precipitó a la carrera acompañado de los jefes de las rondas
rural y municipal y algunos individuos de ésta.
Continuaron
los disparos por algunos instantes, hasta que viendo que no contestaba el
criminal se dispuso destruir el hueco que le servía de escondite y se le
extrajo ya cadáver. El no tener que lamentar desgracia alguna se debe
indudablemente al acierto con que el señor don Pedro Sánchez Mora ha dirigido
la emboscada.
El
auxilio prestado por la Guardia civil ha sido, como siempre, decidido y
valiente. Guarde esta benemérita institución un nuevo laurel entre los muchos
que coronan sus empresas, y el señor don Pedro Sánchez Mora esté seguro del
reconocimiento que Antequera le debe por tan señalado servicio.
El
señor alcalde-corregidor, con su reconocido tacto, contribuyó también al buen
éxito del asunto.
Olvidábamos
decir que se han ocupado al bandido un revólver de ocho tiros, un retaco de dos
cañones, un puñal, una pistola, una lima, pólvora, municiones, un paquete de
cartas, varios trajes de mujer y otros efectos que no recordamos.»
En
los campos de Archidona y Antequera es todavía popularísimo el nombre de
Nicolás Jordán. Se cuentan infinidad de anécdotas, muchas de las cuales ha
revestido el pueblo de fantásticos detalles, como aquella en que se supone que
vestido de mujer penetró un día en un convento de Lucena y se apoderó de
infinidad de alhajas que la comunidad tenía en custodia, y la de que en cierta
ocasión se presentó en Madrid en traje de sacerdote y suponiéndose canónigo de
Sevilla solicitó su propio indulto.
NARCISO
DÍAZ DE ESCOVAR Cronista de la
Provincia.
IHPMalagueñas